Yo sé bien que nos cuesta trabajo encontrar el extremo donde empezamos, donde somos, donde dejamos de ser, donde nos dividimos. Y la verdad, es
que la definición de mi persona se puede resumir a lo siguiente, si se entiende
en qué consiste una enredadera, de las casas de las viejas, o un alambre de
púas hecho rollo, o un teclado de ordenador en chino.
Soy claramente
un desastre, y si me viera de fuera, como lo hacen otros (como lo haces tú), tampoco me
gustaría estar conmigo. Han pasado sobre mí, lentos como ellos solos,
diciembre, enero y febrero, de la mano
de la soledad, el fracaso, el desempleo, y claro, la depresión. Mi peor época,
desde que nací. Quiero decir, que desde que nací empezó la mala racha.
Debo a aquél
inicio mortal todo lo que destruyo hoy en día, a mis traumas, tropiezos,
supuestos triunfos, el pie sobre la cabeza de la serpiente.
Hay que agradecer a ese pequeño problema mental contra la existencia con el que me encaré tan joven, que sigue sin ser reparado; agradecer por hacer de mí una fulana nacida a los treinta años –no porque a los 30 haya abierto los ojos a los menesteres y pecados mundanos más fascinantes, sino por ser incapaz de acoplarse a la era en curso, de conversar auténticamente y sin preocupaciones con el resto de los individuos que se alega nacieron en el mismo año, 1994: asalta-tumbas masculinas, antisocial, infeliz e incomprendida.
Hay que agradecer a ese pequeño problema mental contra la existencia con el que me encaré tan joven, que sigue sin ser reparado; agradecer por hacer de mí una fulana nacida a los treinta años –no porque a los 30 haya abierto los ojos a los menesteres y pecados mundanos más fascinantes, sino por ser incapaz de acoplarse a la era en curso, de conversar auténticamente y sin preocupaciones con el resto de los individuos que se alega nacieron en el mismo año, 1994: asalta-tumbas masculinas, antisocial, infeliz e incomprendida.
No creo tener un
talento especial, lo único que hago con maestría es verle el lado malo a todo,
molestarme –en silencios- por pequeñeces, ver a la mayoría como seres
estúpidos, poder responder a una ofensa con mayor poder, profundidad y rapidez
que el promedio, y desinteresarme por todo lo que hago.
Te prometo que a
veces no sé por qué me enamoré de ti, sólo sé, en los mejores días, que eres un
tipo muy lindo, tierno, que me gusta ver y hacer reír, que me puede rescatar de
mí, que me encanta que me presione contra su pecho, que sólo tú y yo conocemos
tan bien. Y probablemente yo mejor que tú.
Eres el hombre
con tanta experiencia en féminas (no importa cuántas al año o al lustro); una
importante cantidad de mujeres te pasaron por las manos y la cama.
El efecto en mí no es tan grave, yo sólo comprimo la mandíbula y contengo unas lágrimas de coraje que se me asoman por los ojos, cuando nadie me ve. ¿Por qué no nací antes, por qué no te conocí mucho antes?
El efecto en mí no es tan grave, yo sólo comprimo la mandíbula y contengo unas lágrimas de coraje que se me asoman por los ojos, cuando nadie me ve. ¿Por qué no nací antes, por qué no te conocí mucho antes?
Yo vendería mi alma, incluyendo lo poco que tengo –porque no tiene caso que
se quede en este mundo ocupando espacio, a menos que se quede en una venta de
garaje- por ser la mujer que te quitara la inocencia, ya entrado a la segunda
década, y quien se quedara contigo hasta estos días, en los que pasas los 'cuarentaitantos'.
Esto es lo que más deseo la mayor parte del día, unas 3 o 4 veces
por semana.
Y sí, el resto
del tiempo pienso en algunos otros hombres, pero no consigo mirarlos como a ti,
y tengo que comprimir más la mandíbula, porque me siento como en una de mis
pesadillas recurrentes, en las que estoy atrapada en 40 cm de concreto y tengo
que arrastrarme por un camino interminable para seguir respirando, si es que
consigo extender un poquito más el tórax.
Probablemente
desde que estoy contigo, desde que tuve que aprender a vivir todos los días
mezclados de rabia y aturdimiento de enamorada, me gusta observar, por lo
menos, a una decena de hombres de mi agrado, y hago planes e historias ligeramente
(muy ligeramente) eróticas, sobre robarles un beso con lengua, o yo qué sé,
decirles, por lo bajo, que me encantan (de manera individual, claro).
Tal vez los
desee a ellos porque te deseo a ti, y mientras te encuentras ausente, te
sustituyo por hombres que es obvio, nunca han de voltear a verme de la misma
forma. De paso te aseguro que entre esa decena no se encuentra nadie que
conozcas, y nadie del pasado. Jurado y escupido. Te sustituyo como sustituimos,
inconscientemente, el calor humano por el agua caliente en la regadera, aún en verano
las personas solitarias.
Como te he dicho
antes, te odio, probablemente con la misma intensidad con la que te amo. Te
odio porque te amo.
Te odio porque
te necesito. Te odio porque no te puedo causar los mismos estragos que tú me
causas, cuando me demuestras que puedes vivir perfectamente sin saber de mí,
sin estar seguro de que sigo viva, que no he cumplido todavía con mis planes
suicidas en medio de la tristeza de todos los días. Te odio porque no me entiendes,
porque me mientes y yo sé cuándo lo haces.
Te odio porque
eres adicto a las ocupaciones, y muy pocas ocasiones yo resulto ser más
importante que un archivo, una nota o una lista de pendientes por revisar. Te
odio porque no me puedo deshacer de ti, y porque no pudiste (nunca, en todo lo
que llevamos de conocernos/querernos/dejar de querernos/salir los fines de
semana/decir que somos pareja) casarte conmigo.
Te odio por las
condiciones en las que nos conocimos, porque no te ríes más. Te odio porque
desde que estoy contigo dejé de escribir, y de interesarme (porque me
interesaba) en mí. Te
odio porque yo sé cómo miras a cuanta mujer pasa por enfrente, y por tu visión
poptical destinada a los escotes.
Te odio porque me debes una suma importante de cosas
pendientes, que me hacen pensar que tú no quieres nada más que tu comodidad en
este mundo, pero no te esfuerzas por demostrarte más cariño a ti mismo, y te
sigues viendo la cara, como si no hubiera pasado ni un solo día desde que
supiste que algo no estaba bien en ti.
Te odio porque
tengo más razones para encontrarte repulsivo, y sin embargo te odio porque no
puedo dejar de quererte. Y sí, también te odio por la expresión que consigues
cuando tengo verborrea.
Hace mucho que
pienso -alguna vez al mes- que ya no quiero seguir contigo, que estamos
caminando en círculos. Y
lo confirmo otra vez: no puedo alejarme de ti más de 5 horas.
Necesito
inspirarme en ti, necesito que me demuestres algo, cualquier cosa, pero que no
se quede en “vamos a ponernos un tiempo de gracia”, “vamos a empezar cuando se
acabe este periodo”, “ya sé que soy un desidioso, todo lo dejo para después”.
Por favor,
quiéreme un poquito más. Porque te amo.
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