No sé hace cuanto dejaste de ser tú para mí, cuándo me despojé de tu mirada, atenta y parda, de tu cabello en orden, de tu indiscutible perfección tallada con empeño, de tu sonrisa sencilla y clara. Porque todo en ti está compuesto.
Tenemos claro que no sólo yo te veo (y por fortuna), que de mí no has pasado de ser arte, que no puedo hacer más que celebrar que existes a este mismo tiempo, como yo.
Y al menos sé que encontrarte otra vez compartiendo las calles conmigo siempre me ha obligado a reinventar la imagen que guardo de ti en mi cabeza, que puedo reconocerte ahora como una de mis obras favoritas.
Verte mirar al cielo y luego a mí, se vuelve francamente ridículo, un cliché de cine, donde se combinan soundtrack y cámara lenta, mientras me visto con la mejor expresión de torpeza que tengo en la cara.
Por todo esto no me importa ser una persona pasajera, porque no me hace daño verte tan lejos, verte de otra gente, porque para mí es bastante ya saber de ti cada que esta vida nos reúne, así no sea capaz de confesarte nada.
Y no me lastima tampoco olvidarte en los lapsos que te desaparecen, si dejo de recordar tu nombre, tus manos, tu trato, tu voz o tus líneas. Tal vez si te tuviera perdería tu núcleo, no advertiría tu calidad de irreemplazable.
Mejor que sea como es, siempre lo he sabido. Al fin que nada de lo que pase me va a quitar de vivirte ni una sola vez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario