Hoy decidí hacer las paces con mi
lista de fracasos.
Quise reunir a esas personas con
las que competí para ver quién era más cruel, más manipulador, más poderoso,
menos frágil, y decirles que les agradezco que me hayan regalado un tiempo, aun si fue utilizado por ambos para mal, en
malas fiestas y peores decisiones.
Vi que me había equivocado. Que
antes tuve la oportunidad de aceptar que aquello que tuve no había sido
amor. Que al inicio acerté y luego quise convencerme de que mi corazón estaba
con alguien. Hice y deshice, no hablé, no tuve nada concreto e hice daño al mismo tiempo. Mentalidad de crucigrama, nada más.
Apenas aprendí que el amor es, por
definición, inmortal e incondicional. De ahí en fuera, el resto son simples afectos,
apegos, dependencias. Aprendí qué fue lo que ocurrió desde mi lado y cuántas
veces recibí también realmente amor.
Números rojos, claro está. Tuve que
hacer un recuento de las ocasiones en que me fue posible no pedir, no esperar, no
sufrir, no exigir y no necesitar. Me di cuenta muy tarde. Y vi que igual de allá hacia acá, como dice mi padre, fue difícil que alguien me amara.
No es queja, quiero aclarar. Todo
lo contrario. Casi aseguro que empiezo a dejar esa carga de los amores fallidos,
de los conflictos y de la auto-flagelación por no sentirme suficiente, por ver que no era querida como yo lo demandaba.
Toda esta rabia que sentí con
anticipación por no ser la única, por no ser la definitiva, por no tener tanta
influencia como para hacerle a alguien cambiar de opinión, empiezan a soltarse de mi espalda adolorida. Sin embargo, estoy muy
satisfecha por quien sí pudo darme lo mismo que yo daba.
Agradezco mucho ahora, que no lo
tengo a él (y probablemente nunca lo tuve), haberlo conocido, haber compartido
espacio, masa y peso en el universo, haber respirado el mismo aire y caminar
por las calles que usaba.
Agradezco haber estado cerca, haber
podido ver el fondo de sus ojos, haberle dado su reflejo en los míos. No hacía falta nada. Esa era la verdad. Debí
seguir en esa línea, no aferrarme a algo, no cambiar de rumbo, no normalizarme
de más.
Veo que tengo que cuidarme de no
ofender a alguien y esa ha sido otra equivocación. ¿A mí quién me ha cuidado?
¿Quién ha coincidido (además) con esta idea del amor? ¿Quién ha tenido el
acierto (espero) de corresponderme? ¿A quién le he ofrecido la total condición de
incondicional?
Supe en algún lugar que debía hacerlo. Debía perdonar. Si no lo hacía por
cariño a alguien, podría hacerlo por cariño a mí, como un acto de egoísmo, para
alcanzar mi paz. Porque es obvio que lo mejor no es amar o enamorarse, sino
estar tranquilos.
Y así, aceptando en dónde reside mi
amor por alguien, puedo dejar ir lo que queda. Puedo dejar la tristeza de
sentirme invisible. Total, ya lo he hecho antes, con esto de ‘yo no voy a
detenerte, que siga el mundo girando sin mí’.
Hice cuanto pude, con lo que sé.
Quise mucho, quise todo. Quise ser más. Pero efectivamente, parece ser que soy
mejor persona. Al final, después de todos mis intentos, me voy. No rendida,
sino con la aceptación de la mano. que es bastante distinto. La originalidad sí es algo que no pienso dejar de perseguir.
Lo he dicho antes y lo repito con gusto: la vida es cíclica. Va a regresar a mordernos con las mismas lecciones si
no las aprendemos solos y a la primera. Aquí estoy yo. Por lo tanto me pregunto: ¿qué habré enseñado
yo en esas vidas que crucé en otros momentos? ¿Qué se puede decir de mí
entonces?
Estoy consciente del trabajo que me
costará mantenerme estable en este zanco. Pero al menos ya no voy a olvidar a
andar en él. Ya no debo. Por cierto, ¿te debo?
Acá queda lo mío. Espero sinceramente,
que me vuelva a pasar. Espero poder amar así de nuevo, alcanzar ese estado zen,
desprendido sentimental, sin el cínico comentario (de perdedor) que afirma que ‘terminar
era lo siguiente’.
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