Gracias al que, frustrado por no
ser bien correspondido, alguna vez me dijo: ‘¿sabes qué, Gabriela? ¡Chingas a
tu madre!’ Y a la que más tarde, decepcionada de mí (y con razón) sentenció: ‘Ten
tantita madre y no me vuelvas a hablar.
Gracias a ese conquistador
colmilludo que alguna vez me dijo: ‘a esta gatita le puse ‘Gabriela’, porque
está negrita y es un desmadre’. También al que antes mencionó sorprendido: ‘eres
bien exótica, güey, de a madre’.
Gracias a la que me consoló
cuando me vio el corazón roto con: ‘la vergüenza al final vale madre’. Gracias
al que me pidió que hiciera que mi vida se tratara nada más de ‘echarle
chingazos’.
Gracias a quien me disparó hace
tiempo diciendo: ‘bueno, nunca creí que fueras tan cabrona’, cuando le pedí que
nos tuviéramos confianza.
Gracias a la que me enseñó a
aceptar cualquier realidad cuando aceptó la suya. ‘¿Qué es lo peor que pueden
decir de mí? ¿Qué soy lesbiana? ¡Como si aquí no hubiera más de esas!’
Gracias por los espontáneos ‘sí,
güey’, ‘no, güey’, ‘ya, güey’.
Gracias a todos por darme tantas
emociones acompañadas de semejantes palabras, por tener así de presente la
figura de mi progenitora, por hacerme reír hasta hoy con su despreocupación
verbal.
Gracias por hacer de mí una
persona que ya ni se molesta. Gracias por sentirse con el poder y la confianza
en la medida justa para demostrarme el valor de lo que anuncian sus voces.
Me gustaría ser como ustedes.
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