Volveremos a vernos. Aunque no quiera, aunque se posponga,
aunque ajuste mi vida de manera contraria a tu agenda.
Me enamoré de ti sin problemas, sin resistencias. Era obvio.
Inevitable. Puede ser que me guste sabotearme, proponerme lograr para mí lo que
hace daño, lo que sé que no debo tener. Tal vez busco a quien vaya a rechazarme.
La pura perfección. Tú eras la perfección, dijeras lo que dijeras. Eras tan perfecto que aterrorizabas, que dolías, que embriagabas y causabas adicción, ganas de arrancarse la realidad; ‘tanto, que me haces despertar a deshoras sólo para seguir pensando en ti.’
Resultó fácil aceptar que vale más terminar ahora, antes de empezar en ámbitos peores, antes de pedir explicaciones, de continuar con la obsesión de ponerle nombre a lo que sea que tengamos.
Hay que reconocer que estoy en un buen momento para girar sobre los pies y caminar de la mano del hombre más cercano en la calle, sabiendo que voy sin destino, sin intención más que alejarme del inmediato anterior.
Volveré a hundirme en tu pecho, a enredarme en tus piernas, a besarte los pies, a guardarme en tu boca, a apoyarme en tu cabello, a tomarte las manos.
Porque, ¿cómo iban a pedirle a esta mujer tan remendada que no cayera a tu regazo? ¿Cómo evitar el precipicio de sentirse embriagado de nubes de imposible?
Desearte tanto a ti, como nunca, o como siempre, dependiendo del grado de embrutecimiento que el amor haya causado a estas alturas. “No se puede separar el amor del deseo”. "Y yo también me estoy enamorando de ti".
Ay, ajá.
No sé cuándo, no sé dónde, ni porqué, o en qué condiciones,
pero seguro es que volveremos a vernos. Y eso debería, por el momento, darme
calma.
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