viernes, 6 de enero de 2017

Perdonar

Hoy decidí hacer las paces con mi lista de fracasos.

Quise reunir a esas personas con las que competí para ver quién era más cruel, más manipulador, más poderoso, menos frágil, y decirles que les agradezco que me hayan regalado un  tiempo, aun si fue utilizado por ambos para mal, en malas fiestas y peores decisiones.

Vi que me había equivocado. Que antes tuve la oportunidad de aceptar que aquello que tuve  no había sido amor. Que al inicio acerté y luego quise convencerme de que mi corazón estaba con alguien. Hice y deshice, no hablé, no tuve nada concreto e hice daño al mismo tiempo. Mentalidad de crucigrama, nada más.

Apenas aprendí que el amor es, por definición, inmortal e incondicional. De ahí en fuera, el resto son simples afectos, apegos, dependencias. Aprendí qué fue lo que ocurrió desde mi lado y cuántas veces recibí también realmente amor.

Números rojos, claro está. Tuve que hacer un recuento de las ocasiones en que me fue posible no pedir, no esperar, no sufrir, no exigir y no necesitar. Me di cuenta muy tarde. Y vi que igual de allá hacia acá, como dice mi padre, fue difícil que alguien me amara.

No es queja, quiero aclarar. Todo lo contrario. Casi aseguro que empiezo a dejar esa carga de los amores fallidos, de los conflictos y de la auto-flagelación por no sentirme suficiente, por ver que no era querida como yo lo demandaba.

Toda esta rabia que sentí con anticipación por no ser la única, por no ser la definitiva, por no tener tanta influencia como para hacerle a alguien cambiar de opinión, empiezan a soltarse de mi espalda adolorida. Sin embargo, estoy muy satisfecha por quien sí pudo darme lo mismo que yo daba.

Agradezco mucho ahora, que no lo tengo a él (y probablemente nunca lo tuve), haberlo conocido, haber compartido espacio, masa y peso en el universo, haber respirado el mismo aire y caminar por las calles que usaba.

Agradezco haber estado cerca, haber podido ver el fondo de sus ojos, haberle dado su reflejo en los míos.  No hacía falta nada. Esa era la verdad. Debí seguir en esa línea, no aferrarme a algo, no cambiar de rumbo, no normalizarme de más.

Veo que tengo que cuidarme de no ofender a alguien y esa ha sido otra equivocación. ¿A mí quién me ha cuidado? ¿Quién ha coincidido (además) con esta idea del amor? ¿Quién ha tenido el acierto (espero) de corresponderme? ¿A quién le he ofrecido la total condición de incondicional?

Supe en algún lugar que debía  hacerlo. Debía perdonar. Si no lo hacía por cariño a alguien, podría hacerlo por cariño a mí, como un acto de egoísmo, para alcanzar mi paz. Porque es obvio que lo mejor no es amar o enamorarse, sino estar tranquilos.

Y así, aceptando en dónde reside mi amor por alguien, puedo dejar ir lo que queda. Puedo dejar la tristeza de sentirme invisible. Total, ya lo he hecho antes, con esto de ‘yo no voy a detenerte, que siga el mundo girando sin mí’.

Hice cuanto pude, con lo que sé. Quise mucho, quise todo. Quise ser más. Pero efectivamente, parece ser que soy mejor persona. Al final, después de todos mis intentos, me voy. No rendida, sino con la aceptación de la mano. que es bastante distinto. La originalidad sí es algo que no pienso dejar de perseguir.

Lo he dicho antes y lo repito con gusto: la vida es cíclica. Va a regresar a mordernos con las mismas lecciones si no las aprendemos solos y a la primera. Aquí estoy yo.  Por lo tanto me pregunto: ¿qué habré enseñado yo en esas vidas que crucé en otros momentos? ¿Qué se puede decir de mí entonces?

Estoy consciente del trabajo que me costará mantenerme estable en este zanco. Pero al menos ya no voy a olvidar a andar en él. Ya no debo. Por cierto, ¿te debo?

Acá queda lo mío. Espero sinceramente, que me vuelva a pasar. Espero poder amar así de nuevo, alcanzar ese estado zen, desprendido sentimental, sin el cínico comentario (de perdedor) que afirma que ‘terminar era lo siguiente’.


Hoy que decidí perdonar, creo que he ganado. 







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