Juro que pasaron cincuentaicinco días
burlándose de todo,
de mí: cuando me dormía a deshoras,
cuando no debía, cuando no hacía más
que babear las almohadas
por las tardes y desvelarlas
por las noches,
de girar en la cama sofocante,
de no encontrar siquiera un hobby
de erotización mental
Tuve que atravesar ese infierno
innegable de vivencias desabridas,
del miedo a terminar
en AA,
de la pérdida de la voluntad
por las mañanas y al borde
de todas las cosas
Me atormentaron en todos
los espejos las mismas preguntas,
los mismos reclamos,
la soledad y el silencio
Sobretodo el silencio
Antes no era más que otra tarea
diaria, pero en compañía
Quedarnos callados no
nos sorprendía y no
me
lastimaba
porque había superado (hace mucho tiempo)
la adolescencia tardía
que nos pone paranoicos
a los enamorados
sintiendo que tal vez
ya dijimos todo
y no nos queda más atractivo
que no hablar de más
Finalmente me llegaron los recuerdos
como si despertara de
la anestesia o de una sesión
de alucinógenos
(no sé qué es peor)
Y entonces todo tuvo sentido
Quería saber
Necesitaba una respuesta
No concebía que el ‘tú y yo’
se acabara
No podía aceptar que
mirar por horas el teléfono
no funcionara
que no llegara una llamada tímida
y necesaria
No quería vivir viendo
con qué facilidad se me puede
dejar de lado
Pero debo disculparme
Lo tengo merecido
Tuve lo que quise cuando te dije:
‘no me vuelvas a llamar’
Cuánta obediencia.
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