"¿Cómo te
sientes?", me preguntó en cuanto llegué al café, en donde yo lo había
citado. Me vi tentada a decir que era como meter una hoja de papel a una
trituradora y hacerles la misma pregunta a los restos.
Me siento rota. Rota y
sin valor. Gracias por interesarte. Me dijo que él era así, que yo decidía si
aceptarlo o no, tal como era.
Yo quería una vida a su lado, y él era incapaz de
entenderlo, porque en cambio quería una vida POR SU LADO. Pasó mucho tiempo sin
que se notara el mínimo cambio, y yo me resistía a ver que no me amaba, y si me
quería, sólo no me quería como yo quería que me quisiera.
"Entonces no
quiero ser tu amante," (En el sentido greengo de la palabra) le dije por
primera vez, en aquél lugar en el que no se podía tener ni conversación, ni
café caliente, ruidoso, y con meseras de caras de pocos amigos.
Quise llorar
desconsoladamente, ya no por él, sino por mí, porque me causé tristeza, porque
en mis problemas de abandono me había abandonado yo misma. Se fue, casi sin decirme
nada, de vuelta a su trabajo.
Y yo me quedé con la inocencia y la angustia
cortándome el cuello. "Haz lo que quieras."articulé a como pude,
aunque no era necesaria la sugerencia, porque él siempre lo había hecho.
Ya no
quiero ser tu amante, pero sí quiero. E intenté no explotar por todo el
restaurante, como cuando era una niña, en un consultorio: pensando en otras
cosas para no sentir dolor.
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