Sentarme a la mesa
contigo es tomar de nuevo
las cartas, apostar todo
lo que tengo a un
juego que sé que
siempre voy a perder.
Es ver –sin querer ver-
que te vas sin
mí a la nada;
subir peldaños huecos
de una escalera roída.
Es atarme una cuerda
al cuello, una cuerda
que no cuelga de otro extremo,
que sólo se arrastra.
Correr a buscarte
es tan útil como hablar
con espejismos,
con alucinaciones
que me dicen
que en realidad nunca
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