sábado, 26 de noviembre de 2016

Viernes de diario

Hablamos en la tarde. No habíamos hablado, no recuerdo si desde el miércoles o el jueves. Tenemos cerca de un mes acostumbrándonos a hablar lo menos posible. Le cuesta menos, porque yo me aburro más, y me da por buscarlo, por tener algo qué hacer los próximos dos minutos.


Últimamente también está ocupado la mayor parte del día, los 7 días de la semana. Me cancela citas y no me llama. Al parecer tenemos percepciones muy extrañas sobre las relaciones románticas. Cuando no está ocupado en trabajos que no conozco, y de los que no me habla, está dormido.
Le pedí que nos viéramos el sábado, quería hablar con él. Quería disculparme por ser tan pain in the ass, los últimos no-me-acuerdo-cuántos meses que llevo histérica, desesperada y aburrida, probablemente desquitándome con él de manera exagerada.


Si tuve algún otro motivo para querer verlo, no lo recuerdo por el momento. Me dijo que me iba a llamar más tarde desde su nuevo número para que lo guardara, y que me iba a confirmar los detalles de la reunión del día siguiente. Me llamó con ese otro número. Se portó muy cariñoso como para no haber hablado conmigo en todo el día hasta esas horas. Le regresé el afecto, aunque dudo que lo haya sentido tal como lo dije. Pienso que le he respondido por inercia al mensaje de “Te amo”. No es que no lo ame, es que en este momento no me nace decirlo, porque estoy desmotivada sobre esta relación. 


Pues no. Se supone que por la mañana podré saber dónde y cuándo voy a verlo. Como no estoy en mi casa, me preparé por la tarde de hoy con ropa bonita en la maleta en caso de que aceptara vernos. Me vendría muy bien tener un compromiso en el proceso, para hacerme la desentendida, en caso de que no suceda. Ojalá.


Creo que había estado bebiendo este viernes. Él no me llamó en la mañana. Le llamé antes de las 12:00. Estaba dormido. Le pregunté si nos íbamos a ver y dijo que no, “porque no”. Obviamente estaba fastidiado de tener que escucharme quejándome de su retorcida mentalidad que se divierte torturándome con tonterías.


El es imposible. Es el tercero, el cuarto, el quinto, el enésimo fin de semana que se rehúsa a verme en lo que va del año, que por cierto, ya casi se acaba. Le volví a llamar, tratando de no llorar de coraje para que no me viera nadie. No me respondió. Le llamé unas 15 veces, y no contestó ni por curiosidad, ni por escuchar otra vez el discurso que ya se sabe, sólo por no llevarme la contraria y porque prefiere disponerse a seguir durmiendo. 


Le mandé una cantidad de mensajes al celular que no conté, explicándole que hubiera preferido despedir nuestro lazo turbulento de manera oficial y sana, que me permitiera sentirme tranquila sobre mi decisión de aceptar de una buena vez que probablemente nunca tuvimos futuro juntos. 


Ahora mismo yo no tengo más certeza que tumbarme en la cama con la derrota tirando de mis piernas, a ver si los días ya yan avanzado. Y veo con terror que el viernes sigue siendo viernes, y las tardes siguen, aciagas, un lento camino sobre el empedrado. Y el reloj se niega a andar, descompuesto, con las manecillas reafirmando varias veces los segundos.


Claro está que nadie me había advertido de no poner los ojos sobre cierto hombre, por considerarlo indefenso, intachable, inamovible, de ningún principio cuestionable. Nadie mue hubiera consolado. No siempre se puede defender lo indefendible. Cada quién sabe cómo se mata. 


Cuentan que el tiempo corre, que todo pasa. Y si puedo dejar mi estado de sueño interrumpido, como de quien deambula dormido o acaba de recibir la noticia de su muerte próxima, no hago más que imaginarme en un cuarto, en un café, en un viaje, en un diluvio, de su mano, bajo sus lágrimas, bajo su abrazo. Pienso siempre en volver a encontrarlo casi por casualidad, sin importar el mundo alterno.


Pronto puedo de pertenecer aquí, abrazando el aire, hablando sola, desconectada de quienes continúan atados a la realidad en la que creen. Pronto puedo dejar de esperar ser amada de vuelta y preferir envolverme en un manto de paralelismo, en el que duela menos la usencia. 


No hay más qué hacer. Los anagramas no pueden sentir. Las epifanías no alimentan. El amor no revive. Los amigos no soportan, después de un tiempo. Los recuerdos no dan fuerza. Mucho se puede discutir la acción de desconectarse, de no afrontar las verdades que nos acechan ante todas las caídas. 


El caso es que después de cierto punto, volver a ser habitante del mundo, después de ser habitante de un mundo infra-realista resulta imposible. “¿Qué le vas a preguntar a un tigre, que por qué tiene rayas?” “¿Quieres seguir aquí, conversando?” “¿Por qué no quieres quedarte a dormir conmigo?” 


En fin. La vida cíclica es lo que me ocurre.





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