Hablamos en la tarde. No
habíamos hablado, no recuerdo si desde el miércoles o el jueves. Tenemos cerca
de un mes acostumbrándonos a hablar lo menos posible. Le cuesta menos, porque
yo me aburro más, y me da por buscarlo, por tener algo qué hacer los próximos
dos minutos.
Últimamente también está
ocupado la mayor parte del día, los 7 días de la semana. Me cancela citas y no
me llama. Al parecer tenemos percepciones muy extrañas sobre las relaciones
románticas. Cuando no está ocupado en trabajos que no conozco, y de los que no
me habla, está dormido.
Le pedí que nos viéramos el
sábado, quería hablar con él. Quería disculparme por ser tan pain in the ass,
los últimos no-me-acuerdo-cuántos meses que llevo histérica, desesperada y
aburrida, probablemente desquitándome con él de manera exagerada.
Si tuve algún otro motivo para
querer verlo, no lo recuerdo por el momento. Me dijo que me iba a llamar más
tarde desde su nuevo número para que lo guardara, y que me iba a confirmar los
detalles de la reunión del día siguiente. Me llamó con ese otro número. Se
portó muy cariñoso como para no haber hablado conmigo en todo el día hasta esas
horas. Le regresé el afecto, aunque dudo que lo haya sentido tal como lo dije.
Pienso que le he respondido por inercia al mensaje de “Te amo”. No es que no lo
ame, es que en este momento no me nace decirlo, porque estoy desmotivada sobre
esta relación.
Pues no. Se supone que por la
mañana podré saber dónde y cuándo voy a verlo. Como no estoy en mi casa, me
preparé por la tarde de hoy con ropa bonita en la maleta en caso de que
aceptara vernos. Me vendría muy bien tener un compromiso en el proceso, para
hacerme la desentendida, en caso de que no suceda. Ojalá.
Creo que había estado bebiendo
este viernes. Él no me llamó en la mañana. Le llamé antes de las 12:00. Estaba
dormido. Le pregunté si nos íbamos a ver y dijo que no, “porque no”. Obviamente
estaba fastidiado de tener que escucharme quejándome de su retorcida mentalidad
que se divierte torturándome con tonterías.
El es imposible. Es el
tercero, el cuarto, el quinto, el enésimo fin de semana que se rehúsa a verme
en lo que va del año, que por cierto, ya casi se acaba. Le volví a llamar,
tratando de no llorar de coraje para que no me viera nadie. No me respondió. Le
llamé unas 15 veces, y no contestó ni por curiosidad, ni por escuchar otra vez
el discurso que ya se sabe, sólo por no llevarme la contraria y porque prefiere
disponerse a seguir durmiendo.
Le mandé una cantidad de
mensajes al celular que no conté, explicándole que hubiera preferido despedir
nuestro lazo turbulento de manera oficial y sana, que me permitiera sentirme
tranquila sobre mi decisión de aceptar de una buena vez que probablemente nunca
tuvimos futuro juntos.
Ahora mismo yo no tengo más
certeza que tumbarme en la cama con la derrota tirando de mis piernas, a ver si
los días ya yan avanzado. Y veo con terror que el viernes sigue siendo viernes,
y las tardes siguen, aciagas, un lento camino sobre el empedrado. Y el reloj se
niega a andar, descompuesto, con las manecillas reafirmando varias veces los
segundos.
Claro está que nadie me había advertido de no poner
los ojos sobre cierto hombre, por considerarlo indefenso, intachable,
inamovible, de ningún principio cuestionable. Nadie mue hubiera consolado. No
siempre se puede defender lo indefendible. Cada quién sabe cómo se mata.
Cuentan que el tiempo corre, que todo pasa. Y si
puedo dejar mi estado de sueño interrumpido, como de quien deambula dormido o
acaba de recibir la noticia de su muerte próxima, no hago más que imaginarme en
un cuarto, en un café, en un viaje, en un diluvio, de su mano, bajo sus
lágrimas, bajo su abrazo. Pienso siempre en volver a encontrarlo casi por
casualidad, sin importar el mundo alterno.
Pronto puedo de pertenecer aquí,
abrazando el aire, hablando sola, desconectada de quienes continúan atados a la
realidad en la que creen. Pronto puedo dejar de esperar ser amada de vuelta y preferir
envolverme en un manto de paralelismo, en el que duela menos la usencia.
No hay más qué hacer. Los anagramas no pueden sentir. Las epifanías no
alimentan. El amor no revive. Los amigos no soportan, después de un tiempo. Los
recuerdos no dan fuerza. Mucho se puede discutir la acción de desconectarse, de
no afrontar las verdades que nos acechan ante todas las caídas.
El caso es que después de cierto punto, volver a ser habitante del mundo,
después de ser habitante de un mundo infra-realista resulta imposible. “¿Qué le
vas a preguntar a un tigre, que por qué tiene rayas?” “¿Quieres seguir aquí,
conversando?” “¿Por qué no quieres quedarte a dormir conmigo?”
En fin. La vida cíclica es lo
que me ocurre.
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