Una vez, cuando era niña, leí en un
libro esotérico que los bebés nacidos en martes corrían el peligro de morir de
manera violenta pasados los años.
No recuerdo cómo logré en ese
entonces el cálculo, pero efectivamente, ese era mi caso y más que
preocupación, el dato me producía curiosidad. ¿De cuántas maneras podía dejar
el mundo? ¿Cómo podría hacerse una ceremonia religiosa con lo que quedara de mi
cuerpo? ¿Me vería muy diferente con la palidez de un desangramiento, por
ejemplo?
Puede ser que tuviera tantas dudas porque crecí sin
presenciar un solo velorio, por decisión de mis padres. Claro está que aquella era una fascinación mórbida, aunque como casi cualquier cosa que sea leída en
la literatura de tal naturaleza, dejé de tomarlo en serio.
La realidad me alcanzó hasta los
veinte, cuando me vi obligada a hacer el recuento e inventario de todas las
muertes que tuve en ese lapso. Estaba en la universidad cuando entendí las historias de la vida cíclica y de
las vivencias circulares, que están muy lejos de ser lo mismo.
Me dijo una maestra que si alguien
no logra establecerse como persona, sin guía y por las buenas, el destino le
hará pasar por cosas ‘bien duras’ para volver a tomar dirección. Eso es
morir y renacer. Si es que nos ocurren
situaciones que interpretamos como malas y no logramos visualizar lo positivo
de ellas, nada más sufrimos ‘gratis’.
Una de mis partes favoritas
consiste en reconocer que si no lo aprendimos a la primera, la vivencia
circular va a regresar a ‘golpearte’ cuantas ocasiones sean necesarias para que
al fin suceda.
Tenemos entonces que yo he muerto
muchas veces, obviamente, de manera violenta. Como muchos más, me he encontrado
al fondo de todo, me he perdido en medio del mapa, me he soltado de las
primeras manos que tomaron la mía, me he aferrado a las que me golpeaban. Lloré
cuanto pude y escondí lo mismo.
Es igual que andar en bicicleta y
tambalearse. Igual que andar sin ayuda,
sentirse libre, mirar a todos lados. Igual es caer. Caer y que te ayuden. Caer
y que nadie te vea. Al menos a mí, la vida me enseñó temprano a meter las manos
antes.
Abrazarnos con tanta fuerza de lo
que no puede ser eterno, y buscar más de lo que tenemos ahora, siempre
nos va a traer la infelicidad. Y este es otro punto a mi favor, ahora que
vuelvo a aceptar que únicamente he tenido dos cosas, como dice mi hermana, (que
nació un jueves): nada y pura chingada.
Total, no va a cambiar algo en el
mundo cuando la mayoría de nosotros se vaya en definitiva, y esto sí es
algo que deba impresionarnos de ese tipo muerte.
Sin duda los mapas mentales que tenemos y a veces pensamos es la realidad, nos distraen y hacen que bajemos la guardia, cuando en realidad no son más que mapas creados conforme a nuestras vivencias y experiencias, por eso nos es difícil a veces comprender los mapas que han trazado otras personas. Y es hasta cuando podemos ver desde su perspectiva cuando en verdad nos damos cuenta, que después de todo no estaban tan equivocados como pensábamos.
ResponderEliminarDefinitivamente, vivimos con pensamientos un poco primitivos y heredados. Le permitimos a otros enseñarnos en qué consiste la vida y cómo debemos relacionarnos con otros, entre tantas cosas más. A la vida no le gusta ir a la casa de nadie, dice el instructor de fitness, nosotros tenemos que ir a tocarle la puerta.
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