miércoles, 15 de febrero de 2017

Lo que el escritor no se contó


Le debo una disculpa por romper el básico  precepto de la discreción. Le debo otro espacio más grande, este se debe en realidad a que ya no me podía quedar con las ganas de contar una historia que peca de ser demasiado cierta, demasiado cruda, demasiado noticia y al mismo tiempo demasiado corriente.


Claro que a los dos nos gustaba divulgar relatos. Para bien y para mal, nos dedicamos a lo mismo. O al menos eso diría yo. Del otro lado, para él no paso de hablar de músicos y de más escritores, de poetas y de superficialidades que no pueden compararse con su atrevimiento y su astucia (en mi defensa, este no es mi punto máximo).


Debo reconocer que diferíamos en mucho. A él, por ejemplo, le gustaba (y cito) ‘escandalizar’, exagerar sus vivencias personales disfrazadas de literatura y ficción, de ‘esto me lo contaron, nunca me pasó a mí’, y otras tantas victimizaciones lloronas con tal de conseguir que las mujeres que tanto lo siguen le dijeran como Mauricio Garcés a las suyas (guardados los pronombres): ‘güerito,  yo te consuelo’.


Y yo en cambio me encargaba de ser muy obvia, o de no ser para nada clara. Algunas veces, incluso, no me leyó. Debe ser porque en este mundo las mujeres escriben mayoritariamente relatos de féminas protagonistas y a eso no estamos acostumbrados, a menos que las cuenten en dramatizaciones televisivas ridículas.


Solemos preferir al héroe fuerte, que es al mismo tiempo el hombre sensible que sale herido o habla desde una cantina, bebiendo dolor. Elegimos lo que es supuestamente inesperado, pero se repite muchas veces. Y eso sí, no es tan verdadero.


Nosotros dos nos cruzamos en este camino de preguntas hace un tiempo ya. Lo juro con todo el corazón: yo no tenía más intenciones. Supe a buena hora sobre sus posibilidades de encanto, sobre sus dotes de actor, su indiscutible calidad de original, sus ojos norteños y  tanta experiencia en recorrer ciudades y mujeres con toda la rebeldía del libertinaje, que probablemente no es más que la tristeza queriendo corromper para estar en equilibrio.


De un momento a otro, ya estábamos pasando los días. Viviendo de la mano, retándonos (sin decirlo) a hacer uno con el otro lo que nunca había hecho con nadie. Estuvimos juntos en todas partes, fuimos a ver todo lo que nos cupiera en la memoria.


Sé que en primer lugar nunca le hizo falta contarles a ustedes que uno de sus pasatiempos favoritos era conocer y arrebatar los retratos y cuentos de mujeres lindas en las calles y conglomeraciones que se le presentaban, para seguir alimentando su colección del mismo título, aún si se encontraba conmigo.


‘Yo estoy hecho para buscar y admirar la belleza’, justificaba. Lo divertido era que se cansó de obligarme a posar a mí.  Y como una de tantas cosas, cubría con ello sus huecos. Siempre lo supe: si no es conmigo, será con alguien. Mi relato no interesaba lo suficiente.


Era de esperarse que mientras yo era todo para él, él fuera todo para todos. Porque no les dijo tampoco quién quiso más, quién debía menos, quién se fue en blanco, quién contaba, supuestamente, con más motivos para escribir. Mucho menos reveló sus fuentes.


Lo digo  porque al final volví a ver esos ojos. Vi cómo sonreía en ellos, con ellas, con todas las que no soy yo, pero antes fui. Lo vi mirando a alguien (o a algunas) como antes me veía. Lo vi otra vez de nadie.  Lo vi en el mismo punto en el que lo dejé la última vez y lo encontré la primera.


Nunca quise volver a pasear entre sus letras. Siempre me dolieron las cosas que escribía y que no eran para mí. Debí haberlo dejado solo, para saber en qué cuento terminaba, para ver qué tanto le costaba aceptar que yo existía ahí, detrás de él.


Sé que también se preguntaba si lo que yo escribía era para él o para otro. Al menos en eso,  sigue teniendo ventaja. Total, ¿qué haber hecho que no hiciera alguien ya? Y en su caso, conmigo es todo lo contrario. Pero sé que nos resulta muy difícil hoy, que ya todo se ha contado, crearse un personaje original.


Por último, no afirmó completamente cuánto poder tiene sobre quien se deje. No les dijo que es todavía más ‘vivo’, ni que se hace el malo, porque le gusta que le tengan miedo, no obstante la contradicción también enseña que es peor de lo que imaginamos. Al menos cuando nadie más lo ve.


Y sí, también hay que aceptarlo: el hombre dueño de las letras (este hombre, el dueño de estas letras) es igualmente frágil: muy frágil y muy niño, muy solo y muy noble. Sin embargo, esas serán cosas que sólo se verán de noche, cuando no se entiende nada más.



No me sorprende. El escritor no les contó cuánto lo quise porque estaba ocupado asombrándose por cuánto me quiso, sin que llegara aquello a ser amor.


 

No hay comentarios:

Publicar un comentario