miércoles, 22 de marzo de 2017

¿Y ahora? (De 'Las noches despiertas')

Ya no puedo. De verdad me es imposible. No veo más al frente y abrir los ojos duele, como siempre, cuando el ciego aprende qué es interpretar formas golpeadas por luz. 


No puedo seguir haciéndome preguntas, al filo de un acantilado, siempre a la mitad de lo definitivo. Caminar de puntas en la cuerda floja de tus juicios, de tus imposiciones, de tu paciencia a ratos, de tus requisiciones militares. 


No puedo andar con tanto miedo porque dejes de quererme. ¿Quién dice que eso no ha pasado ya? Te escucho hablar de quien soy y no concibo que sea yo, porque aún con todo lo malo (que parece ser bastante) no has decidido quitarte de mí.


Y luego me doy cuenta de los beneficios que guarda tu ejército anterior  y se vuelve entonces más difícil cargar con nosotros dos y hacer malabares, cuando te resulta tan sencillo deshacerte de lo que te recuerde tu presente mientras cuidas con tal cautela lo que queda de pasado. 


Por mí sí arrancas de tu vida lo que nunca hice por nadie, por mí sí vuelves a empezar como si no hubiera existido. Por mí sí decides actuar con totalidad y no a medias tintas, si de despedidas hablamos. Por mí dejaste de hacer hace tiempo lo que hasta esta mañana tuviste conmigo.


¿Sigues creyendo en tu misión sobre mi vida? ¿Tú dirías que dolerse así es parte de algo bueno? ¿Cuándo volveré a ser siquiera la mitad de lo que amabas?


¿Por qué debo (especialmente) rendirme ante un sistema de calificaciones en el que no puedo tener lo que cualquiera tendría en un enlace como el nuestro sin necesidad de 'ganárselo'? ¿Qué más me hace falta en este momento para que seamos iguales? ¿Por qué he tenido que pedir lo que debería llegar sólo?


Tal vez debimos obedecernos cuando dijimos que esa era la última ocasión. ¿Y ahora? Y ahora nada. Una tras otra, nos hemos desgastado las oportunidades de portarnos como si cada noche se borrara el registro y sólo tengamos entonces que redimir lo inexistente. Así de efímero, así que no haya varas altas, que no haya ninguna. 



Sobre todo al darnos cuenta de que nunca podrás diferenciar lo que me hace daño, que nunca podrás aceptar la realidad que muestra tu mano sosteniendo la traición que me atraviesa, que nunca entenderás que no me hacías un bien, que tu dolor y el mío dejaron de ser, hace mucho tiempo, la misma cosa. 



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