¿Qué pasa con los escritores, que se van haciendo tan amigos de los gatos? ¿Qué les pasa, que resultan ser tan amantes de los vinos, del desvelo, de los transgresiones, de las muertes prematuras?
¿De dónde viene la condena de escribir hasta desangrarse, de ir regalando letras porque es lo que mejor se sabe hacer? Y resulta más edificante, claro, que un collar de oro.
¿Qué les ocurre a esos seres que se están quemando a diario de las ganas de estar más lejos unos de otros, para no repetir figuras, rumbos y metáforas?
Resulta inútil. Son todos lo mismo. Lo más anti-original es querer ser original, casi tanto como querer presumir que se lee o se escribe.
Y quizá por eso quiera estar yo tan fuera de categoría, porque no compartir esas características y no querer tampoco ver mi nombre en fuentes bonitas, estampadas en cartón, seguido de textos que únicamente leerían quienes me tienen un poquito de aprecio.
Los escritores, por ser para su tristeza sólo personas, son criaturas extrañas. Afortunadamente muy pocos de ellos son amigos míos. Afortunadamente.
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