Siempre supe que no debía
enamorarme de él. Pero me arrolló. No había hecho nada diferente, salvo abrirme
sus puertas y decirme quién era. Al tiempo supe que casi nadie más lo sabía.
Se vestía de una manera muy linda, caminaba
como rey. Jamás se le movía el cabello. Podía ser amigo de quien quisiera, pero no quería. Sin embargo, no me hacía sentir nada cuando lo conocí. Me he interesado
en alguien porque el alguien se interesó en mí primero. Y también sucedió esta vez.
Aquí no pasaba nada. De ser
cualquieras, obviamente, pasamos a ser algo que no tiene todavía definición
correcta, que me satisfaga, que no encasille con cursilerías ni juicios
punzantes lo que nosotros éramos.
No lo necesitaba, pero lo necesitaba. No me hacía daño pensar en él, pero me dolía que no fuéramos más. Y evitaba imaginarnos de la mano, pero el día se me iba en ello.
No lo necesitaba, pero lo necesitaba. No me hacía daño pensar en él, pero me dolía que no fuéramos más. Y evitaba imaginarnos de la mano, pero el día se me iba en ello.
Cierto día me pidió que le
pusiéramos título al asunto y le ‘fallé’. Eso de novios tampoco me servía.
Inusual, por cierto. Generalmente somos las mujeres las encargadas de
volvernos locas de incertidumbre y cariñitos y queremos ser la algo del alguien.
Entonces quiso saber si yo 'ya había dejado de aburrirme' con él. ¿Cómo iba a ser? Estaba siendo lo mejor de mi vida verlo, escucharlo, conocerlo, existir al mismo tiempo, andar por el mismo lugar, encontrarme su nombre en todas partes.
Entonces quiso saber si yo 'ya había dejado de aburrirme' con él. ¿Cómo iba a ser? Estaba siendo lo mejor de mi vida verlo, escucharlo, conocerlo, existir al mismo tiempo, andar por el mismo lugar, encontrarme su nombre en todas partes.
Y aún así él desconfiaba al principio. Cuestionaba
si yo estaba confundiendo el amor con las ganas de hacer el amor. Lo veía
luchando -con bastante elegancia- entre insistir y hacer como si no nos sobrara nada.
Luego me invitaba a conocer a otra persona, a otro mejor y no hacía falta.
Me ardía, no obstante. Sé que teníamos mucho y todavía no era suficiente. Nunca era suficiente. No discutíamos por ello, pero cada que nos despedíamos volvía a sentir que caminaba hacia el vacío. Obviamente no entendía. Para mí, él estaba en la comodidad completa y quería convencerme de sentir lo mismo.
Aquello era confuso y al mismo tiempo, feliz. ¿Qué más daba? Lo quería.
Me ardía, no obstante. Sé que teníamos mucho y todavía no era suficiente. Nunca era suficiente. No discutíamos por ello, pero cada que nos despedíamos volvía a sentir que caminaba hacia el vacío. Obviamente no entendía. Para mí, él estaba en la comodidad completa y quería convencerme de sentir lo mismo.
Aquello era confuso y al mismo tiempo, feliz. ¿Qué más daba? Lo quería.
Con todo lo que hablamos y
acordamos y confesamos antes, nos encontramos varias veces solos y así estábamos aquí hasta hace unos momentos,
mirándonos a los ojos, sobre nuestros costados. Le pasé una mano por el brazo,
mientras platicaba cualquier cosa.
Lo intuyó. Me preguntó si estaba
a punto de decirle que no quería verlo una vez más. Tuve que aceptarlo.
Inmediatamente cambió de expresión y se retiró un poco, porque ya no quería
tocarme, pero seguía siendo muy amable como para demostrarlo. Maldito. Todo hace
bien.
Me inventé que no estaba lista
para meterme (todavía más) en el enamoramiento absoluto, que estaba ocupada,
que no sabía qué hacer conmigo, que había sido muy pronto.
Respondió que me entendía, que ya
me había dicho antes que buscara estar con quien me diera todo. El problema era
que yo no quería buscar en otro lo que encontraba en él y sin esfuerzo. No iba a decirle eso.
Lo animé a sentirse tranquilo por
lo que habíamos logrado. Era un cliché y fue inútil. La decepción empezaba a subirle como hormigas por la ropa y hasta el cabello siempre en orden.
Le dije que me parecía buen
momento (no sé por qué, si no lo era) para confesarle que lo amaba sin
problemas. Él pensaba lo mismo. -‘Bueno. Yo nunca creí que fueras tan hija de la
chingada’.- Me dolió un poco, pero lo tenía merecido.
Me acerqué para besarlo en la mejilla, al
final del ritual. Ya no iba a soportar
un último beso en los labios, que me condenara a extrañarlo todos los días.
No quería tampoco esto de extrañarlo a los cinco minutos de dejarlo.
Fue devastador. Nunca sentí más miedo a la incertidumbre. Nunca me dolió tanto elegir la tranquilidad por sobre todas las cosas. Sé que la última palabra que me dijo fue otro ‘bueno’, a manera de resignación. Se acomodó la impecable camisa. Abrió la puerta y salió sin volver a lanzarme siquiera una mirada, antes de regresar a
casa con su esposa.
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