Obviamente, duele.
¿Pero qué caso tiene entristecer
por lo que no se puede cambiar?
Sé que tú y yo somos iguales.
Me cuesta mucho,
y al mismo tiempo
nada,
ver que la solución sería
actuar como si nunca te hubiera conocido.
No nos debemos algo,
sin embargo
tenemos aún cuentas pendientes
y (por cierto) somos dependientes
de uno que nunca está solo,
un péndulo que no toca a nadie
pero recorre a quien se deje
Estamos caminando
en sentidos opuestos,
preparándonos en este duelo
de roles,
en este carrusel que
a ti todavía
no te marea y a mí me hace
vomitar.
Y si un día vuelves
con tus medias caladas de rombos,
con la tanga sucia
con la ropa rota,
ten por seguro que
de mi parte
no habrá más que reconocimiento,
no habrá otra cosa más que
deseos de buena suerte.
Recuérdame que aferrarnos
a lo que no puede durar
para siempre
sólo nos va a traer
la infelicidad.
Vencerá quien más curtida
tenga la piel
de olvido,
de recuerdo,
de constancia,
de llanto contenido y
de ganas de
llamar la atención.
La victoria,
querida,
se llama igual que tú.
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