Contaba la historia que alguna vez te dolía. Yo, te dolía. Cuenta que nunca supe bien qué hacer conmigo si estabas tú, que quizá nunca terminé de ser yo, porque no sabía quién podía ser para ti.
Dice que era muy difícil decir qué éramos porque fluctuamos entre todo y nada, por mi decisión. Que nos fue imposible saltar un par de barreras, que estuvimos atados, que entre tu puente roto y el mío sólo logramos rozar nuestros dedos un par de ocasiones.
Según esa historia ni tú ni yo conseguimos estar completamente bien. Que yo te decía: 'claro que no estoy mal, pero estoy mucho mejor si puedo verte'. Y: 'hace tiempo te estoy buscando', y 'tú nunca miras hacia acá'.
Y que hace unos días todavía teníamos dudas. Que estábamos luchando, o cortando cuerdas, o atándonos más a ellas, al miedo, a la vergüenza, a la indecisión. Que 'quería verte de cerca' se volvió 'no pierdas tu tiempo'.
Tenía esperanzas de que te arrepintieras. Creí que era posible que con el tiempo volvieras a llamarme, hasta que tuve que darme respuestas cuando me pregunté: '¿Y si no?
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