viernes, 16 de diciembre de 2016

Estás aquí







No sé hace cuanto dejaste de ser tú para mí, cuándo me despojé de tu mirada, atenta y parda, de tu cabello en orden, de tu indiscutible perfección tallada con empeño, de tu sonrisa sencilla y clara. Porque todo en ti está compuesto.


Tenemos claro que no sólo yo te veo (y por fortuna), que de mí no has pasado de ser arte, que no puedo hacer más que celebrar que existes a este mismo tiempo, como yo.


Y al menos sé que encontrarte otra vez compartiendo las calles conmigo siempre me ha obligado a reinventar la imagen que guardo de ti en mi cabeza, que puedo reconocerte ahora como una de mis obras favoritas. 


Verte mirar al cielo y luego a mí, se vuelve francamente ridículo, un cliché de cine, donde se combinan soundtrack y cámara lenta, mientras me visto con la mejor expresión de torpeza que tengo en la cara.


Por todo esto no me importa ser una persona pasajera, porque no me hace daño verte tan lejos, verte de otra gente, porque para mí es bastante ya saber de ti cada que esta vida nos reúne, así no sea capaz de confesarte nada. 


Y no me lastima tampoco olvidarte en los lapsos que te desaparecen, si dejo de recordar tu nombre, tus manos, tu trato, tu voz o tus líneas. Tal vez si te tuviera perdería tu núcleo, no advertiría tu calidad de irreemplazable.


Mejor que sea como es, siempre lo he sabido. Al fin que nada de lo que pase me va a quitar de vivirte ni una sola vez. 

jueves, 8 de diciembre de 2016

Quiero ser





Quiero que la próxima vez que nos reúna el destino, sea con una barra de por medio. Así. Que volvamos a tenernos a un lado y con tequila al frente, esperando con ansias la llegada de la quinta ronda, para escuchar que me invites a tu casa.


Y, como antes, que en camino me abraces contra una malla para darme un beso a las dos de la mañana en punto, e imaginarme, mientras me besas, que nos ven tus vecinos desde alguna indiscreta ventana sin sueño y que nuestro nuevo mote sea: 'los briagos de la banqueta impaciente'. 


Veo la oportunidad de enamorarme de ti nuevamente, al haberte escuchado cantar 'Perdón', de absorberte con los ojos, de hablar de todas las maneras en que podamos lograr ser excomulgados, por deporte, por puro pinche gusto. 


Quiero sentirme débil y depender de tus brazos subiendo la escalera y no poder -ni querer- abrir los ojos, ni quitarme la sonrisa. 


Entre mis planes se encuentra después sacarte la verdad que da el alcohol y preguntarte de quién has sido durante este tiempo que no has sido de mí y claro está que necesito escuchar que de nadie, mientras me recuestas en tu sala.


Más tarde podría caer en el vacío de tu voz, de tus manos y de tu risa, a medio paso de la somnolencia y el nirvana, para que cada quien haga lo que pueda con lo que quede del otro.


Quiero tener tus besos en los labios, tu aliento en mi cuerpo, tus ojos en mi reflejo y tu pasión en mi quietud. 


Y luego celebrar que regresamos a ser los mismos que en otro momento, por estas fechas, se hicieron confesiones acompañados de otra botella, que hace mucho tiempo se acabó.


Busco -con todo esto- tener una excusa para tornar al éxtasis de dejarme ir y no llegar a otro lugar que no sea tu cama, que vuelva, sin remedio, también a ser tan mía como ya lo eres tú.


Aunque por lo pronto se trata de un decreto lanzado al infinito, y hasta que se dé cualquier otra cosa: brindo por ti, porque una noche muy cercana, la vida cíclica suceda.



¡Salud!






(Salute!)


lunes, 5 de diciembre de 2016

Invierno





(Hay un escrito que enumera las virtudes que trae consigo un invierno y esta vez hago una lista yo, distinta en el contexto del autor anterior, por el simple hecho de no contar con tanta compañía como él. Este texto fue redactado a inicios de otro invierno y no del actual.)



Lo que me gusta del invierno es cierto ambiente; una bruma de aceptación de un poético fin del ciclo existencial, una calma incontenible de los días opacos.


Me gustan las casas decoradas con luces, me gusta la gente que intenta alegrar incluso una obra gris con lo que tiene a la mano, así sean dos series de foquitos minúsculos de colores diferentes, que se encienden a destiempo.


Me gusta la mayoría de las reuniones que se organizan en torno a dicho fin, el café, el chocolate, el té de casi cualquier hierba, todos los carbohidratos fritos (panes, churros, buñuelos, empanadas y hojarascas) que la falta de sol nos permite consumir. Me gusta que las malas fechas terminen antes, cuando oscurece más temprano.


Me gusta que las películas de terror se ambienten casi siempre en esta época del año, me gusta que el invierno en este hemisferio haya elegido diciembre. Me gusta usar la ropa cálida y las duchas calientes, que dicen por ahí que ayudan a las personas solitarias a sustituir el calor humano.


Del invierno me gusta dormir a cualquier hora, las vacaciones y comer. Me gusta estar esperando que termine, para apreciar el verano, y soportar el verano para apreciar el invierno.


Me desagrada, en cambio, que el invierno también se sufra, que haya quién no pueda amarlo como todos los demás. Me desagrada el hecho de que acentúe los malos sentimientos, las tristezas, la soledad, la adicción a la nostalgia y que en las calles no se vean a los niños jugando como antes, la impresión de pueblo fantasma que deja a su paso.



El invierno, como todo, termina a su buena hora. La ambivalencia de la temporada tiene comienzo y fin, para no ahogar a los mortales, para hacerlos valorar ambas caras de la moneda, para seguir empujándolos a sobrellevar la aventura de estar vivos. 

Archivo del blog