martes, 10 de diciembre de 2019

Outai

No muy amable. 

Sabes, si es que te encuentras con estas letras altas, que es para ti. Pero si es para ti, debo eliminar cualquier rastro de reclamo, de palabras hirientes, y sustituyo "no muy amable" por "para mi amado".

Sabrás bien igualmente, que apenas a unas doce horas de no haber cruzado palabra contigo, me he pasado los segundos, los minutos, los micropensamientos dándole vuelta al resto de mi vida, si acaso me resta algo más de tiempo. Anduve por lugares en los que en otros días estuve contigo; avenidas, cafés, gatos, sofás, lozas, vientos, mesas de madera, cámara de fotos, comida una sola vez al día. 

No recordaba con exactitud los estragos de la depresión: querer dormir, casi sin proponerlo, y presentarme a la hora del hambre sin poder abrir la boca a voluntad. Ni siquiera existe la fuerza para lavarse las manos.  Pensé en ti todo el día, pensé en que era bastante gracioso que decidieras que nos separáramos, ¿por? Porque no sé de nada. 

Me dijiste que estabas harto de todo, y te creí. Si bien nuestra ruptura no se había anunciado con anticipación, sabíamos que eramos otras personas, en otra situación, que hicimos la oportunidad, después de no haber coincidencias de nada importante, de las cosas importantes. Aún así, no me lo hubiera esperado. 

Me fui a dormir anoche tratando de convencerme de que esto era lo mejor, que iba a volver a empezar aquí todo lo que me parecía inútil cuando me senté en una banca en frente de la iglesia, a ver la vida que podía tener contigo. Contigo, esa era mi parte favorita; más que vida, más que tener, más que cualquier cosa, contigo.

Encontré la manera de distraerme la mayor parte del día trabajando, para no llamarte por más que quisiera. Todo iba bien, lo había superado. Pero cerca del final de la tarde no pude hacer más. Te busqué por teléfono, escuché tu buzón de voz. Volví a llamarte media hora después. Nada. 

Pude haber pensado que era una "señal" para que no insistiera. Me di cuenta de que no tenía más el número telefónico de tu casa. Me concentré para recordarlo. Claro. Base. Edad que teníamos cuando nos conocimos. Dos pares de centenas+cinco, dos veces. Voilá. 

Tal vez ese no sea el número. En la puerta de mi casa, al otro lado del teléfono: primer timbre. Me preparé para no escuchar tu voz y colgar. Reloj. Segundo timbre. Me preparé para no escuchar tu voz y colgar. Silencio. Ruido. Ruido del otro lado del teléfono: no sé qué le pasa a tu teléfono, que suena como refrigerador. "¿Sí?" Escucho preguntar a tu voz masculina. Cuelgo. Sí, vaya, al menos sé que estás ahí y estás bien, bien como para responder el refrigerador.

A juzgar por el reloj de granja, que hace sonidos de animales cada que cambia de hora, y que acaba de maullar, llevo un día entero y 15 minutos esperando hablar contigo. Hablar. Como personas normales. Hablar y decir que estamos exagerando, que no estábamos en condiciones, ninguno de los dos, para mencionar nada. 

Y supongo que no puedo pedirte que me comprendas, que es imposible que reflexiones un poquito sobre lo que me estaba haciendo sufrir, que podrías pensar que estaba hormonal, y precisamente por eso mis fallas podrían perdonarse. (Aunque tampoco estoy hormonal.) Pero no. Probablemente no volvamos a hablar de nada de esto, y te pierda de vista sin la oportunidad de decirte que yo no quería que pasara. 

Hace un par de semanas también tuve que soportar al minutero que se resiste a seguir para avanzar al lunes por la mañana y llamarte. Llamé a esa institución en la que te hacen el favor de buscar a alguien en las estaciones de policía, hospitales o en lugares peores. 

Me contestó una mujer, no recuerdo su nombre. Le dije que te estaba buscando. Le hablé de tu cabello, del color de tus ojos, tu estatura, complexión, de cuándo había sido la última vez que te escuché ese fin de semana.

 "¿Alguna seña particular?"-"No". Sí, una el brazo que no deja que yo vea, y que no me creería si le dijera que..."No tengo ninguna información de alguien con estas características. La búsqueda seguirá abierta hasta encontrarlo, o hasta que usted llame para confirmar que ya fue encontrado." No volví a llamar, para decir que sólo estabas enojado y sin querer decir que estabas bien, que no me preocupara, pero que no querías saber de mí. Tampoco recuerdo con exactitud por qué estabas enojado. No volví a llamar porque quería que me buscaran primero a mí, si alguna vez, en efecto, algo llegara a pasarte. Así actúa la ingenuidad.

Fue ese día, con ese aparato en la mano, hablando con esa mujer sobre tus cicatrices, que me di cuenta de que no estaba lista para no estar contigo. 

Ando buscando un par de ojitos negros
Señas particulares:
al gusto mío
A nadie le confío
ya más detalles
Porque mi amor es de él
y el de él es mío. 

...si le dijera que a mí me parece una seña muy linda. 

"...herida que, aunque parece fea, él la tiene por hermosa, por haberla cobrado en la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros, militando debajo de las vencedoras banderas del hijo del rayo de la guerra, Carlo Quinto, de felice memoria".

Y así pasarán los días. Y yo desesperando. Con tu nombre en los labios, con los labios en tu nombre, con la esperanza de encontrarte en otra vida, en una mejor, en una en la que sí sea nuestro destino. O de no volver a saber ti, para no interferir señales, para no entrometerme en momentos y lugares que no me corresponden, cuando ya tu selección estuviera hecha, cuando te des cuenta de que era verdad, yo no era lo mejor que te tocaba. 

Si has llegado hasta esta parte, quería confesarte que no te fallé como pensaste, ni de ninguna otra manera. Quería decirte que nadie ha estado tan cerca de mí como tú has estado, como quiero que estés. Quería decirte que estás confundido, que tarde o temprano, conmigo o sin mí, vas a darte cuenta de que no fue lo que creíste, que no tenía más cosas en la mente que no fueras tú. Y no, esto no es una carta suicida, para tu mayor comodidad. 

Te amo con todos mis años, con toda mi sangre, con todas mis células, de principio a fin, y hacía mucho tiempo que no conocía a alguien que odiara y amara tanto, al mismo tiempo, con la misma fuerza, con el mismo apasionamiento por abofetearte y por acariciarte la cara. 

Hacía mucho, mucho tiempo. Desde que nací. 


miércoles, 4 de diciembre de 2019

Gorgeous, adiós.


Sentí que debía escribirte. Volver a dibujar con letras algo de ti. Tendrías razón en pensar que es injusto, si pensaras otra vez en mí, por haber esperado hasta ahora. Ahora que no puede haber respuesta.


Sabía dónde estabas y no fui a buscarte. Pero sí quise por un tiempo volver a hablar contigo, decirte que me había logrado, que todo estaba bien.


Con aquella carga, fuiste necesario. Pudo haber sido peor. Yo quería de ti lo que te vi muchas veces dar a otras personas. Haberte perseguido por ello quizá hubiese resultado también partir de una mentira.


La ciudad estos días se ve tan extraña. O bueno, siempre. Y veo paredes verdes, caminos conocidos. Veo la dirección a la que volteaba la mirada por si volvía a encontrarte, como aquella tarde después de una larga ausencia, un poco antes de tu cumpleaños.


Pasó mucho tiempo antes de que perdiera esa costumbre de buscarte. Buscarte porque sí. Buscarte porque ya no dolía.


Y se echa a andar un tren de recuerdos. Qué cliché. A ti no te gustan. ¿O sí? ¿Te gustan las flores  rojas para celebrar y las lágrimas en despedidas de aeropuerto?


Anda un tren con tu risa, tu genio, tus lentes rotos, tu perro, tus dudas, tu voz, tus círculos, tus cuadros, tu espejo, tu closet, tu falta de corbatas, tu baile, tu mirada de Clint Eastwood.



Me enamoré de ti tan inocentemente, con juegos de niños, con nuestro reflejo en la televisión. Fuiste necesario y te tuve. Hace tanto y tan poco nos soltamos de las manos. Fuiste libre y me dejaste libre.


Aunque te equivocaste en la premonición: sí hubo desprendimiento expreso. Dijiste adiós, pero ya no a mí. Y eso es faltar a tu palabra. 


Hoy sí, con mayor razón, puedo desistir de tratar de buscarte, de verte aparecer mirando a los lados.





Archivo del blog