martes, 14 de febrero de 2023

Dos mil trescientas

 No supe por qué me dejaste engañarte, por qué permitiste que te deslumbrara con tan poco. Pudo haber sido, como ya lo he dicho tantas veces, la soledad. 


Por alguna razón, cablísticos siete años después, lograste (sin provocarlo a consciencia) que viviera un ataque de miedo, que me volviera loco por querer engullirte, por no saber realmente qué piensas ahora.


Quise volver a forzarte a escuchar mis canciones favoritas de deseo contemplativo, como te ví desde el inicio. Quise, de alguna manera, herirte, de lograr que me admiraras. 


Y en cambio, estoy desnudo, indefenso, diciendote de tantas formas que quiero que me lleves de tu mano a donde sea. A diario dedico algunos minutos largos a pensar qué voy a hacer si no te tengo. Todavía no aprendo lo que te gustaría que aprendiera. 


Pero ahora mismo, ¿te tengo? Y antes, ¿qué tanto te tuve? Porque quiero saber, como no he sabido ninguna otra cosa, que eres mío. Con conversaciones repetidas, con malos hábitos, con arranques, con estafas, con desorden, con tu risa, con tu letra, que eres mío. 


Tienes que ser mío. Porque yo sí soy de ti, con planes de cuidarte, de no tejarte solo, de pagarte la vida, de saldar semejante pérdida de tiempo.  


¿De verdad eres mío? ¿O eres tuyo y yo también? ¿O eres tuyo y estás bien sin tenerme? 


Odio tanto esto. Me odio a mí, de paso. Y a ti. Pero más a mí. 


Y sigue la lista de "tal vez". 


Tal vez salga algo útil del autoflagelo. 


Tal vez no vale la pena intentar. 


Tal vez no tengo más qué decir desde hace siglos, porque tampoco voy a poder entender que te hayas quedado conmigo. Conmigo.


Porque odio todo esto. 


Y a ti también. Pero más a mí. 





Archivo del blog