martes, 28 de marzo de 2017

Ahora que me acuerdo

Juro que pasaron cincuentaicinco días
burlándose de todo,
de mí: cuando me dormía a deshoras,
cuando no debía, cuando no hacía más
que babear las almohadas
por las tardes y desvelarlas
por las noches,
de girar en la cama sofocante,
de no encontrar siquiera un hobby
de erotización mental


Tuve que atravesar ese infierno
innegable de vivencias desabridas,
del miedo  a terminar en AA,
de la pérdida de la voluntad
por las mañanas y al borde
de todas las cosas


Me atormentaron en todos
los espejos las mismas preguntas,
los mismos reclamos,
la soledad y el silencio


Sobretodo el silencio
Antes no era más que otra tarea
diaria, pero en compañía
Quedarnos callados no
nos sorprendía y  no me
lastimaba
porque había superado (hace mucho tiempo)
la adolescencia tardía
que nos pone paranoicos
a los enamorados
sintiendo que tal vez
ya dijimos todo
y no nos queda más atractivo
que no hablar de más


Finalmente me llegaron los recuerdos
como si despertara de
la anestesia o de una sesión
de alucinógenos
(no sé qué es peor)
Y entonces todo tuvo sentido


Quería saber
Necesitaba una respuesta
No concebía que el ‘tú y yo’
se acabara


No podía aceptar que
mirar por horas el teléfono
no funcionara
que no llegara una llamada tímida
y necesaria


No quería vivir viendo
con qué facilidad se me puede
dejar de lado


Pero debo disculparme
Lo tengo merecido
Tuve lo que quise cuando te dije:
‘no me vuelvas a llamar’




Cuánta obediencia. 



miércoles, 22 de marzo de 2017

Otra vez

Cuando me pongo a pensar
en razones para
no quererte,
termino fallando.


Cuando busco excusas
para justificar que no
estemos juntos,
me da por sentirme triste,
porque no me estoy
diciendo la verdad.


Cuando pienso que estoy
bien sin hablar contigo,
me doy cuenta de que podría
dejar casi toda mi vida
de lado porque tú y yo
fuéramos más.


Cuando me propongo
desistir de obligarnos a estar otra vez
en el mismo lugar
de antes,
me convenzo para ‘iniciar’ nuevamente
este dialelo, en el que quiero
tener todo listo
por si la vida

lo desea aún más que yo.

¿Y ahora? (De 'Las noches despiertas')

Ya no puedo. De verdad me es imposible. No veo más al frente y abrir los ojos duele, como siempre, cuando el ciego aprende qué es interpretar formas golpeadas por luz. 


No puedo seguir haciéndome preguntas, al filo de un acantilado, siempre a la mitad de lo definitivo. Caminar de puntas en la cuerda floja de tus juicios, de tus imposiciones, de tu paciencia a ratos, de tus requisiciones militares. 


No puedo andar con tanto miedo porque dejes de quererme. ¿Quién dice que eso no ha pasado ya? Te escucho hablar de quien soy y no concibo que sea yo, porque aún con todo lo malo (que parece ser bastante) no has decidido quitarte de mí.


Y luego me doy cuenta de los beneficios que guarda tu ejército anterior  y se vuelve entonces más difícil cargar con nosotros dos y hacer malabares, cuando te resulta tan sencillo deshacerte de lo que te recuerde tu presente mientras cuidas con tal cautela lo que queda de pasado. 


Por mí sí arrancas de tu vida lo que nunca hice por nadie, por mí sí vuelves a empezar como si no hubiera existido. Por mí sí decides actuar con totalidad y no a medias tintas, si de despedidas hablamos. Por mí dejaste de hacer hace tiempo lo que hasta esta mañana tuviste conmigo.


¿Sigues creyendo en tu misión sobre mi vida? ¿Tú dirías que dolerse así es parte de algo bueno? ¿Cuándo volveré a ser siquiera la mitad de lo que amabas?


¿Por qué debo (especialmente) rendirme ante un sistema de calificaciones en el que no puedo tener lo que cualquiera tendría en un enlace como el nuestro sin necesidad de 'ganárselo'? ¿Qué más me hace falta en este momento para que seamos iguales? ¿Por qué he tenido que pedir lo que debería llegar sólo?


Tal vez debimos obedecernos cuando dijimos que esa era la última ocasión. ¿Y ahora? Y ahora nada. Una tras otra, nos hemos desgastado las oportunidades de portarnos como si cada noche se borrara el registro y sólo tengamos entonces que redimir lo inexistente. Así de efímero, así que no haya varas altas, que no haya ninguna. 



Sobre todo al darnos cuenta de que nunca podrás diferenciar lo que me hace daño, que nunca podrás aceptar la realidad que muestra tu mano sosteniendo la traición que me atraviesa, que nunca entenderás que no me hacías un bien, que tu dolor y el mío dejaron de ser, hace mucho tiempo, la misma cosa. 



martes, 21 de marzo de 2017

Cualquiera

¡Yo lo sabía! ¡Lo tenía por seguro!
¡Todo el tiempo
estuve confiando!
¡Y qué feliz se vive así,
a merced de las cosas,
que nunca son
casualidades!


No podía decirlo
con exactitud,
pero intuía que estaríamos
aquí, en este punto
exactamente, donde de pronto
 vengo a ver si es que te encuentro


Paso de día y de noche
indistintamente
preguntándome porqué
no coincidir


Y ahora que te tengo
de frente y tan cerca
soy incapaz de confesarte lo que
ya pensé
y pensé
y pensé
y pensé
y pensé
y pensé
decirte


Pude haber hablado sin rumbo
o sin lados, diciendo cosas como:
‘¡foto paltó! ¡Sica to ne veo!’
Pude haber caminado por aquí
hace diez minutos
o resistirme a dejar la cama hace
doce horas


Quise que supieras, por ejemplo,
que siempre espero un tiempo
cualquiera, en un lugar como este
y me recuerdo que todo
puede –o no-
pasar,
que contigo nunca
dejé de amar
juegos y azares


Quise que supieras que
me había prometido no volver
a saber de ti, por más que te
quisiera


Y que sé que es fácil darse cuenta
de cuánto de busco
sin que tú mismo te enteres


No debí dejarte a media palabra,
atrapada con los besos que
no te puedo dar


Perdí la oportunidad de hablar
de cómo estaba el día, de cómo
han sido los demás sin ti,
de preguntarte cuatro veces
cómo estabas,
cómo estabas,
cómo estabas,
cómo estabas


No debí.
Con mayor razón cuando te dije
que era hora de permitir que siguieras
con lo tuyo
y dijiste ‘sí’ a modo de queja
y de nada más,
porque es lo único que he
hecho constante:
dejarte
‘Y sí’


Y a pesar de haber chocado contra ti,
o de haberte atropellado,
cuando quizá ya no tenías
más intención de hablar conmigo,
no puedo establecer
si hice todo mal
o si de acciones microscópicas
se van armando las casas en el cielo


Así como desatino para entablar
una conversación de gente
pulcra, ando con los pasos torpes
de quien apenas conoce la luz
o sale del claustro


La mejor parte es que yo lo supe
desde hace mucho tiempo,
cuando me explicaron que los grupos
de almas vuelven juntas,
cuando me reconocí en ti fuera
de mi cuerpo

y dentro del tuyo

sábado, 18 de marzo de 2017

Resignación

No sé qué estoy haciendo
fuera de tus brazos.
No sé qué estoy haciendo
cuando hundo la cara
en una almohada que
no yace en tu cuerpo


No sé qué estoy haciendo
 cuando veo mi mano y no está
bajo la tuya,
y no puede tocarte
 y ni siquiera dice adiós
porque está apagada


No sé qué estoy haciendo
cuando río a carcajadas
y lloro al mismo tiempo
después de escuchar
algo que hubiera querido
que dijeras tú


No sé qué hice tampoco
cuando me burlé de ti
mientras me pedías
que te dijera que te amaba


No sé qué hago ahora
viviendo lejos de todo lo que seas,
de todo lo que hagas,
de todo lo que no le cuentas a nadie


No sé qué hago
si me ahogo de las ganas
de decirte que te quiero
sin que tenga sentido ya declararlo


Yo no sé qué hice cuando renuncié
a entregarte cuanto me fuera posible,
cuando quise hacerte a un lado
sabiendo que estás dentro de mí
y lo que conseguí entonces
fue dividirme


Y en esta confusión
sólo podría aceptar
hacer lo que tú pidieras,
lo que tú ordenaras,
lo que te hiciera feliz


Pero es tarde y de eso
estoy segura.
Siempre llego
a destiempo
y ni tú ni yo podemos remediarlo



viernes, 17 de marzo de 2017

Hace dos noches

Llegamos a la reunión cerca de las ocho de la noche. Hacía un poco de calor y sentí con gran incomodidad que el estrés de estar allá me empezaba a empapar la ropa. Hace tiempo que tengo ese problema.


Todos con pareja. Me molestan estos rituales en los que tengo que actuar como si los presentes me cayeran bien. De pronto ni siquiera mi compañía me divertía lo suficiente.


Que no se malinterprete: me gustaba, estaba bien (y únicamente bien), pero las ocasiones sociales con quienes no eran mis amigos me ponían de malas. Especialmente si todos beben, menos yo. No importa. Me preparé para una noche cualquiera y dejó de serlo cuando vi al supervisor de procedimientos de mi empresa.


Por una parte, me intimidaba tener que compartir con alguien de peso, pero por otra, siempre me había intrigado aquél sujeto. Era un tipo altísimo, silencioso pero agradable. Tenía una presencia innegable y era la clase de persona de la que cualquiera querría tener como amigo, a pesar de lo aburrido que suena su título. No era el hombre más atractivo de la planta, sin embargo había algo de llamativo e imperdible que me hacían contemplarlo con interés. 


Inmediatamente noté su loción. Siempre me han fascinado esas cosas que nos hacen recordar a alguien tan claramente. Llevaba el cabello un poco en desorden y veía cansado. Tal vez hacía solo una hora que estaba fuera del trabajo.


Me saludó sin recordar mi nombre, aunque nos presentaron antes más de una vez. Se acomodó cerca de nuestros asientos, afortunadamente, y traté de ser amigable. Ahora sí.  Alfonso. Iba a llamarlo por su nombre. Como si fuéramos iguales.


Nada nuevo. Intercambiamos tal vez un par de palabras, aprovechando que la gente apenas estaba llegando al lugar. Quizá traté de impresionarlo hablando de la planificación de la última semana en mi departamento. No le movió un cabello. 


Con el ajetreo, el flujo de empleados, personajes, bebidas y ñoñerías, terminamos todos en sitios distintos, y ya no podía tampoco poner la suficiente atención para alcanzar a escuchar de qué hablaba el supervisor, a unos metros de donde estaba yo, rodeándole el cuerpo al bulto de al lado (y mi indiferencia es responsable) con el brazo derecho y una copa en la mano izquierda sin sentir mucha pasión por ninguno de los dos extremos.


Ya sé que sabes qué era lo siguiente, pero yo no lo sabía. Me enfoqué en mirarlo sentado cómodamente en una de las salas. Mi mesa estaba repleta de pláticas innecesarias en bocas de quienes se aferran a una existencia vacía, como todo lo que hacen, y terminan en una bola de nieve y banalidades que francamente me han aburrido los cinco años que comparto labores con ellos.


Pero volvía. Tenía los ojos puestos en sus piernas, ligeramente separadas. Alcé la vista para llegar a conocer completa su postura. Estaba cansado. Alguien más también le hablaba y creo que como yo, no veía la hora de mandar a callar a todos y tirar la mesa, para luego irme. De paso, renunciar.


Me resistí a dejar que se fuera sin que supiera de mí. ‘¡Mírame, desgraciado! No eres todo lo que crees, y aquí hay bastante.’ Decidí que ya era suficiente, que ya se habían ido muchos días y yo seguía siendo la misma persona y no ofrecía algo nuevo y no me llenaba nada.


Y me había hartado de la ropa pegada al cuerpo por causa del sudor y de las reuniones aburridas. Yo no iba a hacerme más preguntas, sino a darme respuestas. Y no es que me obsesionen  las ideas de la imposición, del poder, o de experimentar por todas partes. No, esto era sobre él. Sobre él y nadie más.


Con el poder de la sobriedad (no bebí más que aquella copa floja y desolada), caminé detrás de Alfonso con dirección al baño, sin que lo notara. También lo hice con dudas, pero más con coraje que antes. Burlar las miradas del resto en ese momento y con esa cantidad de botellas vacías, fue sencillo.


Dejé que entrara a un espacio y yo me quedé afuera, sin hacer ningún movimiento. Los segundos que entonces transcurrieron fueron eternos, ¡obviamente! Y a mí terminó de recorrerme la espalda una gota de transpiración como toque final. Qué desastre previo.


Salió a lavarse las manos sin notar aún mi presencia. Y estaba todo listo. Avancé con naturalidad hasta donde estaba y sin más conflicto tomé con firmeza sus hombros, como la diferencia de estaturas me lo permitió. Nos miramos a los ojos y me dejó besarlo. No puedo decir si fue bastante, pero sí fue claro.


Correspondió al ataque y no estaba borracho. Menos mal. Una amonestación de ese tamaño por acoso laboral no me haría ningún bien, por más monótono que fuera mi expediente. Regresé a no pensar en eso. Seguí abrazándolo mientras me abrazaba, mientras presionaba su pecho contra mí, mientras me besaba un poco más, con prisa, con torpeza y con miedo.


Ahí estaba mi respuesta. Tal como había imaginado. Me aparté de mi supervisor favorito. Seguimos mirándonos por dos segundos. Ahora él dio un paso atrás. Le sonreí y con ello le daba las gracias. No me preocupaba lo que viniera después.


Alfonso también sonrió. ‘Nunca había hecho esto’. ‘Ni yo’, le respondí. Probablemente quiso hacer como si el alcohol lo dominara y yo le dejé creer que le creía.


No supimos qué hacer. Era algo nuevo, pero esto, ESTO. ESTO: Alfonso, el beso, la aceptación de la belleza de un individuo común, nadie podría arrebatármelos. Ni siquiera un gusto debe darse por un hecho. Me gustaba él como quien gusta de las flores.



El momento fue interrumpido con gracia cuando Efraín, mi compañero de división entró a los baños. Él sí estaba en condiciones un poco etílicas. ‘Roberto, Mayela te buscaba’. Asentí. Había que regresar a la realidad. Afuera me esperaban una novia y un estatus simple. Aún así, siguió sin preocuparme el futuro próximo. La noche estuvo completa.


jueves, 16 de marzo de 2017

La lista de la felicidad

  1. Robert De Niro sonriendo
  2. Más gente feliz
  3. Tener sueños que me hagan reír
  4. Los ancianos paseando a sus mascotas
  5. Compartir música y ver que bailen con ella
  6. El portugués de Brasil
  7. Los idiomas indígenas
  8. Los documentales de cuatro estrellas y más
  9. Salir a caminar dos horas
  10. Las personas que oran por otras
  11. Las comidas libres de crueldad
  12. Los despertares ideológicos
  13. Llorar de la risa
  14. Dámaso Pérez Prado
  15. Antonio Carlos Jobim
  16. Edith Piaf
  17. Nina Simone
  18. Amy Winehouse
  19. Chavela Vargas
  20. Los Panchos con Eydie Gormé
  21. Hugh Laurie
  22. Los chistes sobre monjas
  23. Andar en bicicleta
  24. Los matrimonios entrados en años que siguen teniendo temas de conversación
  25. Los niños que saludan desde los camiones
  26. Los caminantes que responden los saludos
  27. Eduardo Galeano
  28. Robin Williams 
  29. Celia Cruz
  30. Pedro Infante
  31. Mauricio Féres Yazbek
  32. Vincent Van Gogh
  33. La muerte de Marat
  34. Los chocolates
  35. Los animales
  36. Las casas de las señoras rodeadas de plantas
  37. Las frutas
  38. Los abrazos
  39. Los buenos receptores
  40. Mis hermanas
  41. Las personas que me siguen la corriente
  42. Los lentes de 50mm
  43. Klaus Nomi
  44. Los acentos, parce
  45. Mis amigos cantando
  46. Bailar sin saber
  47. Reír en la calle por recuerdos
  48. Las guitarras
  49. La bandera mexicana
  50. La tolerancia
  51. Las parejas no binarias caminando de la mano
  52. Francisco Ignacio Madero
  53. Subrayar líneas conmovedoras en los libros
  54. Decir ‘gracias’
  55. Los sobrenombres
  56. Despertar en Hidalgo, Nuevo León
  57. Rabindranath Tagore
  58. Los educadores apasionados
  59. Marco Antonio Solís
  60. Los perros libres
  61. Sixto Rodríguez
  62. Alton Ellis
  63. El día de muertos
  64. Las bromas de mi tío
  65. El cabello corto
  66. Les Luthiers
  67. Las curiosidades
  68. Escribir
  69. Leer
  70. Las epifanías
  71. Un vaso con agua en invierno
  72. Los inteligentes
  73. Los sabios
  74. Los que sí me conocen
  75. El carisma de Neil deGrasse Tyson
  76. Los ojos de mis sobrinos
  77. Un tiro a distancia en basketball
  78. Arturo Zambo Cavero
  79. Los logros desbloqueados
  80. Coincidir con gente tan impuntual como yo
  81. La gente puntual
  82. Las bodas
  83. Fotografiar
  84. Louis Armstrong
  85. Los tonos de azul
  86. Coleccionar frases de todos
  87. Roberto Benigni
  88. Nadar como rana
  89. Tom Waits
  90. Las caricaturas
  91. Los mariachis
  92. Los nacimientos
  93. Los retratos
  94. Los nervios antes de hacer algo bueno
  95. El arroz frito con verduras
  96. Las enchiladas rojas
  97. Los domingos
  98. Las listas
  99. Dormir ocho horas
  100. Perdonar todo en la noche para dormir en paz
  101. Vivir por mí.



martes, 14 de marzo de 2017

Con lo de adentro hacia afuera

Por andar con ojos mudos
y bocas sordas
Por querer ver con oídos ciegos
y ser muy diestros
para actuar siniestros


Por ser, no obstante,
muy mancos
para dar ayuda


Por vivir con cerebros cardíacos
y pechos viscerales
Por andar mandando con
los intestinos lo que no le sale
a la cabeza


Por no ser más que humanos
y sentirnos elegidos,
por ser más pequeños que
las cosas que dejamos ir


Por seguir buscando
lo que nadie tiene
Por no entregarnos a otros
porque 'qué me va a dejar'


Por no acordarse nunca
de que el tiempo se acaba
y le damos tantas vueltas
a lo que no da más
vida que ahora


Por la resistencia a reír con carcajadas
Por encontrar más fácil tragarse el odio
que deshacer los conjuros
diciéndoles: 'ya no'


Por no saber ponerle fin
a lo que ya no sirve
Por todas estas cosas
no entendemos qué
es ese ruido y qué es eso
que lo causa,
eso a lo que antes tanta gente
le llamaba 'corazón'.







lunes, 6 de marzo de 2017

Se llama igual que tú

Obviamente, duele.
¿Pero qué caso tiene entristecer
por lo que no se puede cambiar?
Sé que tú y yo somos iguales.


Me cuesta mucho,
y al mismo tiempo
nada,
ver que la solución sería
actuar como si nunca te hubiera conocido.


No nos debemos algo,
sin embargo
tenemos aún cuentas pendientes
y (por cierto) somos dependientes
de  uno que nunca está solo,
un péndulo que no toca a nadie
pero  recorre a quien se deje


Estamos caminando
en sentidos opuestos,
preparándonos en este duelo
de roles,
en este carrusel que
a ti todavía
no te marea y a mí me hace
vomitar.


Y si un día vuelves
con tus medias caladas de rombos,
con la tanga sucia
con la ropa rota,
ten por seguro que
de mi parte
no habrá más que reconocimiento,
no habrá otra cosa más que
deseos de buena suerte.


Recuérdame que aferrarnos
a lo que no puede durar
para siempre
sólo nos va a traer
la infelicidad.


Vencerá quien más curtida
tenga la piel
de olvido,
de recuerdo,
de constancia,
de llanto contenido y
de ganas de
llamar la atención.


La victoria,
querida,
se llama igual que tú.




miércoles, 1 de marzo de 2017

Preparar camino

Siempre supe que no debía enamorarme de él. Pero me arrolló. No había hecho nada diferente, salvo abrirme sus puertas y decirme quién era. Al tiempo supe que casi nadie más lo sabía.


Se vestía de una manera muy linda, caminaba como rey. Jamás se le movía el cabello. Podía ser amigo de quien quisiera, pero no quería. Sin embargo, no me hacía sentir nada cuando lo conocí. Me he interesado en alguien porque el alguien se interesó en mí primero. Y también sucedió esta vez.


Aquí no pasaba nada. De ser cualquieras, obviamente, pasamos a ser algo que no tiene todavía definición correcta, que me satisfaga, que no encasille con cursilerías ni juicios punzantes lo que nosotros éramos.


No lo necesitaba, pero lo necesitaba. No me hacía daño pensar en él, pero me dolía que no fuéramos más. Y evitaba imaginarnos de la mano, pero el día se me iba en ello.


Cierto día me pidió que le pusiéramos título al asunto y le ‘fallé’. Eso de novios tampoco me servía. Inusual, por cierto. Generalmente somos las mujeres las encargadas de volvernos locas de incertidumbre y cariñitos y queremos ser la algo del alguien.


Entonces quiso saber si yo 'ya había dejado de aburrirme' con él. ¿Cómo iba a ser? Estaba siendo lo mejor de mi vida verlo, escucharlo, conocerlo, existir al mismo tiempo, andar por el mismo lugar, encontrarme su nombre en todas partes.


Y aún así él desconfiaba al principio. Cuestionaba si yo estaba confundiendo el amor con las ganas de hacer el amor. Lo veía luchando -con bastante elegancia- entre insistir y hacer como si no nos sobrara nada. Luego me invitaba a conocer a otra persona, a otro mejor y no hacía falta.


Me ardía, no obstante. Sé que teníamos mucho y todavía no era suficiente. Nunca era suficiente. No discutíamos por ello, pero cada que nos despedíamos volvía a sentir que caminaba hacia el vacío. Obviamente no entendía. Para mí, él estaba en la comodidad completa y quería convencerme de sentir lo mismo.


Aquello era confuso y al mismo tiempo, feliz. ¿Qué más daba? Lo quería.


Con todo lo que hablamos y acordamos y confesamos antes, nos encontramos varias veces solos y así estábamos aquí hasta hace unos momentos, mirándonos a los ojos, sobre nuestros costados. Le pasé una mano por el brazo, mientras platicaba cualquier cosa.


Lo intuyó. Me preguntó si estaba a punto de decirle que no quería verlo una vez más. Tuve que aceptarlo. Inmediatamente cambió de expresión y se retiró un poco, porque ya no quería tocarme, pero seguía siendo muy amable como para demostrarlo. Maldito. Todo hace bien.  


Me inventé que no estaba lista para meterme (todavía más) en el enamoramiento absoluto, que estaba ocupada, que no sabía qué hacer conmigo, que había sido muy pronto.


Respondió que me entendía, que ya me había dicho antes que buscara estar con quien me diera todo. El problema era que yo no quería buscar en otro lo que encontraba en él y sin esfuerzo. No iba a decirle eso.


Lo animé a sentirse tranquilo por lo que habíamos logrado. Era un cliché y  fue inútil. La decepción empezaba a subirle como hormigas por la ropa y hasta el cabello siempre en orden.


Le dije que me parecía buen momento (no sé por qué, si no lo era) para confesarle que lo amaba sin problemas. Él pensaba lo mismo. -‘Bueno. Yo nunca creí que fueras tan hija de la chingada’.- Me dolió un poco, pero lo tenía merecido.


Me acerqué para besarlo en la mejilla, al final del ritual. Ya no iba  a soportar un último beso en los labios, que me condenara a extrañarlo todos los días. No quería tampoco esto de extrañarlo a los cinco minutos de dejarlo.


Fue devastador. Nunca sentí más miedo a la incertidumbre. Nunca me dolió tanto elegir la tranquilidad por sobre todas las cosas. Sé que la última palabra que me dijo fue otro ‘bueno’, a manera de resignación. Se acomodó la impecable camisa. Abrió la puerta y salió sin volver a lanzarme siquiera una mirada, antes de regresar a casa con su esposa.


Archivo del blog