lunes, 24 de abril de 2017

Duda razonable






¿Quién puede verte como yo te veo? ¿Quién puede quererte como yo te quiero? ¿En cuál cama estarás durmiendo ahora? ¿En qué par de brazos estarás dejando tu cansancio?

¿De quién serás, tú que dices que todos somos de mucha gente? ¿Será que ya te has cansado del juego de cazarnos, de ser presas en un imaginario de desierto? ¿Hacia dónde van tus pasos (siempre valientes y serenos) hoy que caminas aún más lejos de mí?

Quisiera dejar de perseguirte, porque ya sé que no seremos, porque ya sé que no te cuento, porque no puedo seguir luchando por no ser más sin ti.

Quisiera recurrir a la subordinación sentimental, a la expulsión de los recuerdos, al entumecimiento de la supresión. Quisiera dejar de esperar lo que todos sabemos que nunca empezó su trayecto hacia ningún lado todavía. Quisiera tener una razón para obligarte a responder.




martes, 18 de abril de 2017

Mejor así

¿Qué pasa con los escritores, que se van haciendo tan amigos de los gatos? ¿Qué les pasa, que resultan ser tan amantes de los vinos, del desvelo, de los transgresiones, de las muertes prematuras? 

¿De dónde viene la condena de escribir hasta desangrarse, de ir regalando letras porque es lo que mejor se sabe hacer? Y resulta más edificante, claro, que un collar de oro. 

¿Qué les ocurre a esos seres que se están quemando a diario de las ganas de estar más lejos unos de otros, para no repetir figuras, rumbos y metáforas? 

Resulta inútil. Son todos lo mismo. Lo más anti-original es querer ser original, casi tanto como querer presumir que se lee o se escribe.  

Y quizá por eso quiera estar yo  tan fuera de categoría, porque no compartir esas características y no querer tampoco ver mi nombre en fuentes bonitas, estampadas en cartón, seguido de textos que únicamente leerían quienes me tienen un poquito de aprecio.

Los escritores, por ser para su tristeza sólo personas, son criaturas extrañas. Afortunadamente muy pocos de ellos son amigos míos.  Afortunadamente. 


viernes, 14 de abril de 2017

Ahora entiendo a los adictos (De 'Las Noches Despiertas')

Me ha llevado tiempo madurar ciertas ideas serias, como aceptar algo que acabo de descubrir, algo tan ríspido como afirmar que en este momento entiendo perfectamente a los adictos.  

¿Y cómo no? Es lógica totalitaria, buscar fuera de nosotros una manera de noquearnos de irrealidad. Y conseguir calma sólo hasta tener certero un nuevo encuentro con ello. 


No hay cómo resistirse ante el veneno, no hay manera de contener el impulso de saltar a las vías, no se puede negar al cuerpo el aventurarse a gritar una verdad que nos enjuga los ojos, que nos doblega las rodillas, que nos sacude las entrañas.  

Resulta sencillo encontrarse a un desgraciado rendido junto a una bebida, sosteniendo la botella como si fuera la última barca en mar abierto. Lo mismo que abrazarnos de alguien, anudando a su alrededor nuestra existencia, los días que ya hemos consumido al fuego de un cigarro, tendidos en una cama, ahogados en tequila o con una dolorosa inyección del placebo romántico. 

¿Y si es la botella que nos besa? ¿Y si es la aguja quien nos toca? ¿Y si es el alcohol deseando poseernos? ¿Y si es el tabaco el que nos respira? Pero cuánto hemos juzgado, sin poner sobre la balanza las conductas autodestructivas que nos calzamos a diario. 
La verdad es que lo entiendo porque no estoy a tan larga distancia, sino a sólo unos pasos. Dicha felicidad sombría es como ir a medio metro detrás del estado de ebriedad. Se siente como una punzada en la garganta que te hace querer decir obviedades afectivas a quienes tienes más cerca en plena parranda, como ese clásico “yo te quiero mucho, compa” de todos los borrachos.   


Estar feliz –de esta manera- es como montarse en una montaña rusa marca SpaceRocket; subir y no ser capaz de recordar que pronto vas a volver a caer.

viernes, 7 de abril de 2017

¿Y si no?

Contaba la historia que alguna vez te dolía. Yo, te dolía. Cuenta que nunca supe bien qué hacer conmigo si estabas tú, que quizá nunca terminé de ser yo, porque no sabía quién podía ser para ti.

Dice que era muy difícil decir qué éramos porque fluctuamos entre todo y nada, por mi decisión. Que nos fue imposible saltar un par de barreras, que estuvimos atados, que entre tu puente roto y el mío sólo logramos rozar nuestros dedos un par de ocasiones. 

Según esa historia ni tú ni yo conseguimos estar completamente bien. Que yo te decía: 'claro que no estoy mal, pero estoy mucho mejor si puedo verte'. Y: 'hace tiempo te estoy buscando', y 'tú nunca miras hacia acá'. 

Y que hace unos días todavía teníamos dudas. Que estábamos luchando, o cortando cuerdas, o atándonos más a ellas, al miedo, a la vergüenza, a la indecisión. Que 'quería verte de cerca' se volvió 'no pierdas tu tiempo'. 

Tenía esperanzas de que te arrepintieras. Creí que era posible que con el tiempo volvieras a llamarme, hasta que tuve que darme respuestas cuando me pregunté: '¿Y si no?



jueves, 6 de abril de 2017

Ya no te esperé

Uno día como estos hablé con alguien que era más sencillo escribir desde la urgencia, desde la crisis, desde el desánimo, desde la insatisfacción, y especialmente, desde la tristeza.

Era cierto. Después de mi tormenta y con mi calma prestada, resultó casi imposible escribir tres líneas útiles, fuertes, con sentido, que dieran ganas de más. Es el precio literario que se paga por la estabilidad. ¿Qué ingrediente mejor que la mala racha emocional para curar la mala racha creativa?  

Aunque sé muy bien que estoy muy lejos del título de quien escribe y nada le va a faltar al  mundo si yo dejo de intentar escribir.

Por lo que hoy no me quedó otra cosa. Me dediqué a asegurarme de que no es imposible. No sería imposible verte por la ventana, caminando hacia acá, buscando verme. No lo sería tampoco escuchar que llamaras a la puerta para sentarte a platicar un rato conmigo. 

No resulta tan difícil robarte unos minutos, no quedarme a la expectativa, no hablar sola de las cosas que a veces me preguntas, pero antes no me dejaste responder porque seguiste hablando.

Pensé que yo podría invitarte, que podría pedirte que te quedaras conmigo, que me eligieras a  mí. Podría confesarte que nunca quise a alguien como a ti te quiero, que nunca tuve más paciencia y tú ni siquiera te atreviste a mentirme comprometiéndote con algo.

Sé perfectamente dónde encontrarte si me da por ir a buscar. Sé de qué manera. Sé cómo encontrarme contigo. Sé que tú también lo querrías, aunque obedeces menos a tus arrebatos que yo. 

La mala o buena noticia, es que hoy ya no te esperé. Ya no supe más de ti, aunque quería en parte que quisieras volver a estar aquí. A pesar de seguir fantaseando con, como dice la canción, algo contigo. Esa firme decisión de ponerme fin (casi sin motivo clave) de forma repentina, me llevó a querer darte lo que nunca te había dado. Jamás quise que dejáramos de ser, definitivamente. 

Así que estoy probando que puedo hacer lo que me pidas, que puedo cambiar lo que normalmente hago. Ya que quisiste que saliéramos del círculo en lugar de seguir viéndonos al frente, te despido. Como dije antes, me pesa no haber sabido que te tenía atrapado. 

Y así concluí que a veces se está bien, tan bien, que se siente la obligación de hacer que algo esté mal, nada más por tener algo con tal de escribir.

Ojalá. 


miércoles, 5 de abril de 2017

Relato a medias

Nos conocimos hace cerca de tres años. No era evidente (como en otras ocasiones) que mis cartas estuvieran predichas, que mis ojos se posarían sobre los suyos y, sin remedio, fuera incapaz de volver la mirada en algo o alguien más que en esa alma noble y entrañable.

Así que abrumada solo por su generalizada amabilidad (igual para mí que para un 90% de los seres humanos) y por tener su personaje tan presente, me preocupaba por que los demás llegaran a pensar que me interesaba de manera romántica, aunque en ese entonces no fuera así.

Sin embargo, no niego que me enorgullecía la manera en que se expresaba de mí con otros, ni rechazo su acierto de aprenderse mi nombre entre tantos, o el hecho de que disfrutara de mis chispazos de humor y demás desatinos, pero nunca vi (ni estaba buscando ver) una señal de la existencia de algo más profundo que un sentimiento de empatía. Entonces ocurrió y no puedo asegurar que para mi bien.

Era un día, una tarde, un espacio, una situación, una vida como cualquiera a esa hora, hasta que en medio del bullicio detuvo cada pensamiento que tuve antes,  cada cosa en la que creí con una inocente y efímera sonrisa. Una sonrisa que sólo me había regalado a mí en ese momento.

Nunca había dicho nada, es cierto, pero me eligió a mí. Como es de esperarse en una persona tan fácil de impresionar, el repentino golpe pasional que desató en mi interior su acción me quitó el juicio (si es que alguna vez lo tuve un poco) y nada fue todo, todo fue nada y su mirada esquiva era mi aliento y su atención sobré mí unos segundos fue mi hambre.

Al principio traté de tomarlo como otra muestra de cariño fraternal, de compañeros de mundo, pero la insistencia me consumió en silencio los días siguientes.

De pronto hice memoria de los momentos en que nos cruzamos durante esos años que compartimos antes y para mí la realidad comenzó a tomar forma: a pesar de ser sensible a reconocer cuando a alguien llego a agradar, ignoré las pistas discretas entre nosotros y tantas veces en que descubrí que me veía fijamente y después de manera sutil y en fading out, hasta  cambiar de objetivo.

Posterior a la conexión de tres segundos, en las fechas sucesoras a duras penas me miró. Dejó de saludarme con afecto y no intercambiamos palabra. Creí que este era un buen método: ignorarnos como el mecanismo correcto para hacer crecer el deseo de encontrarnos, por retrasar el placer. Y estaba en un error.

Tal vez se había dado cuenta de que había hecho evidente su postura, o siendo francos su intención era empujarme a sentir que yo podía malinterpretar los hechos y quiso revertir la marcha. El caso es que probablemente todo esté en mi cabeza (que pronto vaya a recuperarme del coma).

Puede ser que sí me he equivocado con la huella de todos los perfumes que me dejaron los abrazos que di, pedí, me arrebataron u ofrecieron, la marca indeleble de un par de latidos sincronizados en pechos ajenos. Estar en otros brazos es estar siempre en soledad.


Y a veces pasa, porque la vida es así: un día te sonríe la posibilidad y otros te recuerda (sombría) regresar a tu consciente percepción de los hechos.






Lo tengo merecido.

Archivo del blog