domingo, 25 de febrero de 2018

Mudanza

Algunas veces quisiera
cambiar de cuerpo
Maullar, correr,
o llamarte y no quedar como loco

Quisiera poder hacerte otro café
darte vida, pintar el muro de otro color,
regalarte siempre más


¿Más? ¿Es eso posible?


Es que alguna vez, de madrugada,
te dije que estaba cerca
de regresarte la libertad

Me dispuse a devolverte,
a devolverme, a decirte así
que amar es brindar lo que se tiene,
mucho más que demandar

Y algunas otras veces
prefiero seguir siendo esto
que es capaz de extrañarte,
que es capaz de levantar las manos

Elijo quedarme como estoy,
lejos, sin ti

Que tengas días de sol,
que te hagas compañía,
que no tengas deudas,
que no tengas dudas,
que no debas mentirme a mí




Madre tierra pura, pura tierra, pura madre

Defendiendo su cuerpo casi inerte de la naturaleza misma, caprichosa, incomprensible, en una reacción que nunca había visto antes, que no me podía explicar, el pequeño aprendiz de ave, se movió de manera espasmódica sobre el trozo de imitación de pasto. Sentí una devastación sofocante, como de mis años de infancia, que me quería hacer llorar. 


Detuve al otro animal, más con mis palabras que con la fuerza física que debí haber puesto antes, para que no matara al bebé pájaro. Lo puse sobre mi mano, queriéndome disculpar por tantas cosas...por no haber detenido al perro antes, por creer que era un roedor, por asustarme al escuchar su grito de ayuda, por no haber logrado que saliera con vida de los colmillos de lustro de mi amigo canino. 


¿Por qué lo había matado? ¿Por qué alguien permitiría que eso pasara? ¿Por qué... no lo detuve? ¡Lo vi morir, a 20 centímetros de distancia! ¡Vi la última vez que llenó su pecho de aire! Tal vez ni siquiera fue capaz de volver a exhalar. 


¿Por qué no lo salvé? Porque ahora parece que estoy por padecer una tristeza adjudicada, una angustia de por vida, de por muerte, de condenar a yacer sobre la tierra a una criatura que debería estar dejando caer sus desechos sobre el hombro de algún burócrata central, navegando entre aires capitalinos. Yo sólo quería que viviera.


"Ya se murió", dijo mi madre. "Ya dejó caer el cuello". Y en es instante, una parte de lo que me volvía alegre desde que nací, se desvaneció también, volviéndome lúgubre, como si fuera el burócrata de manchas orgánicas, pero sin sindicalizar.



viernes, 9 de febrero de 2018

Éxodo

Está claro que no parece, pero existieron los tiempos en que tú y yo eramos otros. Nadie se quedó sin saber que te quería más a ti, que estaba de tu lado, que lo mejor de mis días era esperar a que llegaras y cuidarte, sin más condiciones.

No me di cuenta cuando dejó de pasar. No vi que me soltabas de la mano, que era igual si te decía algo que quedarme callada.

Me acostumbré a no verte, hasta que vernos era un fastidio. Hasta que llegó a su fin ese proceso de despreocupación que de ninguna manera fue repentino, pero sí doloroso. Hasta que las mañanas del domingo fueron de angustia.

Fuimos un par de extraños viviendo juntos. No sabías de mí, no podía contar contigo. Y entonces vi que preferías muchas cosas que estar.

Mezcladas las emociones, pasados los años, te hablé como iguales, te dije las cosas que sabía de ti.

Vi que creía en un espejismo, en algo que te encargaste de construir para doblegarme, porque tú no seguías tus propias reglas.

No puedes tener todo. No podías traicionar mi confianza y luego decirme (como también lo hiciste) que no tengo derecho a juzgarte.

Me fui. Claro que me iba a ir. '¿A qué me quedo contigo?', dice la canción. Me fui y lloré más por ti que por cualquier otra cosa.

Lloré porque no podía hacer que me quisieras, que me admiraras como yo a ti, porque no aceptaste nunca que te habías equivocado. Al contrario, seguías esperando que yo te pidiera perdón.

Pensé que estábamos bien cuando dejé de contar los días que llevábamos distanciados. Ya podía hablar de ti sin que me corrieran lágrimas por la cara. Supuse que hacías lo que podías, que tú venías de un lugar igual, que tal vez no sabías hacer algo diferente porque no te habían enseñado. ¿Quién más te habría querido tanto como para que quisieras dar lo mejor de ti y no vernos como una carga?

Alguna vez te dije que eras responsable por el inicio de muchos tropiezos. Puede ser que no sea totalmente así, pero definitivamente creo que te debo este sentimiento de que no soy suficiente. Que no importa lo que haga, lo que sepa, lo que tenga.

Te debo la idea de que no soy bonita. Desde que me decías que me ibas a cambiar por otra, por una niña que fuera mejor que yo, que te quisiera más que yo.

También la acusación de que te busco en todos los hombres. La desconfianza crónica, el gusto por no ver a nadie, la confusión, mucha tristeza.

A veces creo saber porqué dejaste de quererme, pero tú tienes la última palabra. ¿Algún día me vas a decir la razón?

Y aunque vengo de ti y estaremos por siempre (el siempre que nos toque vivir) ligados, ahora que te veo saliendo de tu casa por la madrugada, igual que yo, entiendo que ese mismo siempre estaremos separados. Que así como me das la espalda para tomar otro camino sin hablarme, debo aceptar que nunca vuelvas. Que ya no quiero que vuelvas.

Y así se van acabando las historias. Ahora eres alguien con un nombre y no un título paternal. Ahora eres un vecino que sigo sin conocer y no mi guía. Eres como mi ex-padre, también un fracaso permanente.

Ojalá hubiera sido siempre como hoy, una mujer adulta y no una niña que esperaba que te acordaras de su cumpleaños.

Ojalá pudiera regresar y decirme que iban a venir cosas peores, que aprendiera más pronto todavía sobre la soledad, que ya no me esforzara por impresionarte. Ojalá dejara de actuar como si me estuvieras viendo hacer algo importante.

Ojalá, ojalá, ojalá.



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