viernes, 8 de junio de 2018

Declive

El anciano profeta subió a la montaña, como había hecho los últimos 20 años. Su piel morena y rostro apacible recibieron el sol de las 6 de la tarde con los ojos verdes entrecerrados. 

Un viento amigo le acarició el cabello largo, aún con abundantes mechones negros a pesar de sus 68 años a cuestas, pesados como cada peldaño que yacía entonces a sus pies, del lado rocoso de la pendiente. 

Sus seguidores (ya no podía contarlos) callaron en cuanto terminó de apersonarse frente a la multitud. 

Nadie sabe decir hasta ahora cuánto tiempo permaneció el mundo en pausa. 

A pesar de que su  discurso ocurría a diario, tal como la puesta del sol, todo sabía diferente. La tierra permaneció firme y dejó de volar con cada racha y enrojecerle los ojos a los devotos.

Quizá pudo escucharse hasta el cauce de las venas del elegido. El ocaso cambió de posición. Las pocas hojas verdes de aquel cuasi  desierto se inclinaron al oriente. 

Finalmente decidió el anciano despegar sus delgados labios. Lo árido de su garganta rebasó la sequedad del aire.



-Ya me cansé de decir pendejadas-, dijo tomando su báculo mientras tornaba la espalda a la concurrencia para descender por última vez.





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